El jueves 26 de septiembre, en el salón principal de la embajada de Chile en Buenos Aires, ante una numerosa concurrencia, integrada por miembros del cuerpo diplomático, autoridades de gobierno, académicos y académicas de Argentina y Chile, y también por un nutrido grupo de estudiantes universitarios argentinos, decíamos que el estar allí reunidos para conmemorar los 40 años de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre nuestros países, era motivo de celebración.
¿Por qué celebrarlo? Porque se evitó una guerra y se pavimentó un futuro de paz y amistad.
Este es un hecho decisivo, sobre todo en los tiempos que corren, con la guerra nuevamente de moda, como bien lo expresa el historiador italiano Gianni La Bella: “La guerra ha sido rehabilitada como una manera de intentar solucionar los conflictos, a sabiendas que pueden eternizarse pagando costos humanos demasiado altos, que nunca podrán ser saldados. La guerra ya no es un fantasma del pasado, sino una amenaza constante para nuestro presente”.
De hecho, el conflicto armado azota hoy a Ucrania, Rusia, Gaza, Israel, Líbano, Siria y Colombia, por citar algunos de los 56 casos activos en el mundo. Se trata de la mayor cantidad de enfrentamientos bélicos en simultáneo desde la Segunda Guerra Mundial, según consigna el Institute for Economics & Peace en su último Índice de Paz Global.
Este año, el recién otorgado Nobel de la Paz recayó en Nihon Hidankyo, una organización japonesa integrada por sobrevivientes de las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Desde Noruega, el Comité del Nobel justificó su decisión planteando que se buscaba promover un mundo libre de armas nucleares. También consideró alarmante el debilitamiento del denominado “tabú nuclear”, con muchos países modernizando sus arsenales o queriendo entrar en esta carrera, y otros tantos amenazando emplear su poderío nuclear, tras casi 80 años sin que se utilice este tipo de armas de destrucción masiva.
Precisamente en este escenario poco alentador, tenemos más razones para honrar y celebrar estos 40 años de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile. Sin embargo, para otorgarle un buen augurio y seguir festejando como pueblos hermanos, necesitamos profundizar aún más nuestros vínculos, sin olvidar que, en diciembre de 1978, estuvimos caminando al borde de la cornisa.
La guerra, con su violencia extrema que mata y borra todo vestigio de humanidad y civilización, es una calamidad con una fuerza destructiva imposible de evadir, que deja huellas profundas y difíciles de borrar, incluso a través de generaciones.
La mediación del Papa Juan Pablo II nos salvó de una tragedia difícil de dimensionar. La diplomacia vaticana, con toda su experiencia y sabiduría, apoyada en las iglesias locales, supo ir aplacando los vientos de guerra y acercar posiciones, para finalmente poder llegar a la firma del tratado, el 29 de noviembre de 1984.
En el intertanto, tras la derrota en la guerra de las Malvinas (1982) había caído la dictadura argentina; la democracia retornaba al vecino país con el nuevo Presidente Raúl Alfonsín, quien llamó a un plebiscito para legitimar el tratado con Chile. Celebrado el 25 de noviembre de 1984, participó un 70% de los votantes habilitados, que en un 82% respaldó el sí a concluir las negociaciones con Chile y resolver el diferendo del Canal Beagle. En Chile, el acuerdo generó apoyo transversal, incluso entre parte importante del exilio político, aunque subrayando que era solo un apoyo jurídico.
Hoy Chile y Argentina tienen ámbitos de integración muy relevantes, en los sectores de la energía, minería, conexiones terrestres, defensa y seguridad, entre otros. Pero falta conocernos aún más y forjar lazos de amistad profundos para asegurar un futuro de paz, de diálogo y confianza entre nuestras ciudadanías.
Cabe muy bien recordar lo expresado por las premio Nobel de la Paz de 1976, las irlandesas Betty Williams y Mairead Corrigan: “Hay que hacer que las personas se conozcan entre sí, que entiendan el lenguaje del otro, sus miedos y sus creencias, que se encuentren entre ellas física, filosófica y espiritualmente. Es mucho más duro y difícil matar a alguien cercano que asesinar a una persona desconocida”.
Si cada uno de nosotros es capaz de contribuir desde su quehacer cotidiano para tener más experiencias y relatos compartidos, estaremos asegurando para los jóvenes de hoy y del futuro una paz duradera entre Argentina y Chile.
Pero también debemos mirar hacia nuestros propios países, para asegurar que la paz y la amistad entre argentinos y chilenos esté garantizada por la convivencia interna tanto en Chile como en Argentina. La base de la paz radica en el buen funcionamiento de nuestras democracias: en el respeto a los derechos humanos, el rechazo a la violencia en todas sus formas, y en la adhesión a los principios de libertad, justicia, solidaridad y tolerancia.
La paz entre nuestros países la construimos todos promoviendo una cultura de paz al interior de cada país. Ambas cosas van de la mano.
Patricio Bernedo
Director Centro UC para el Diálogo y la Paz