Esta tarde se realizará en el palacio de Cerro Castillo la reunión del oficialismo, a fin de analizar los resultados de la última contienda electoral, avizorar lo que vendrá y prepararse para ello. Sobra decir que en esta reunión habrá un contenido explícito (preparar el último tramo del Gobierno y la ejecución de las políticas que están pendientes) y un contenido latente que es el que de veras importa, ¿quién enfrentará a E. Matthei en los meses que se avecinan?
En otras palabras, implícito en esa reunión estará el problema de la candidatura presidencial. Un gobierno que languidece, si no quiere languidecer del todo, inevitablemente debe ocuparse de ello. Ahora bien, resolver un problema como ese supone discernir entre dos figuras típico-ideales, una semejante a Vodanovic; la otra semejante a Tohá.
Desde luego, en el cónclave asomará algo que ya está ocurriendo en la cultura política chilena (ha de ocurrir en otras partes también, desde luego): la ansiedad por encumbrar figuras que puedan llenar el vacío que otras, por torpeza o mala fortuna o una mezcla de ambas, han dejado.
? Esa alternativa típico ideal es la de Vodanovic.
No cabe duda de que se trata de un buen alcalde, algo que, por lo demás, si hemos de creerle a la ciudadanía, acredita su alta votación.
Pero —no vale la pena ocultarlo— algo no anda bien en la política cuando la vara está tan baja. No se trata, desde luego, de subestimar o minusvalorar el trabajo de un alcalde como Vodanovic, sino de decir lo obvio: gobernar un país, conducir el Estado (según se han enterado quienes presidirán el cónclave) es una cosa distinta que desempeñarse con acierto en una alcaldía, resolviendo los problemas de la vecindad. Buscar liderazgos repentinos por talentosos que parezcan, es un grave error. Esta es una alternativa que es mejor apagar desde el inicio, puesto que ella deroga la política como quehacer de largo plazo.
Es mejor alguien como Tohá. Ha tenido tropiezos, sin duda, pero su trayectoria es consistente.
Max Weber, en los inicios de la democracia de masas, cifraba grandes esperanzas en los partidos y en el régimen parlamentario porque, entre otras cosas, explicaba, ellos permitían seleccionar los liderazgos y profesionalizarlos. Después de los arduos años y esfuerzos de aprendizaje en la lucha parlamentaria, en el día a día de la política, el político de profesión adquiría las virtudes indispensables para el trabajo público y la política nacional. Y esa figura de político profesional era, pensaba él, un antídoto contra lo que llamó el “jefe demagógico”.
Carolina Tohá es, de todas las figuras gubernamentales, la que mejor representa la vocación del político en ese sentido.
Y, por eso, si de lo que se trata es de pensar lo mejor para la coalición gubernamental, para que se constituya como una coalición de ideas y de ethos, con una perspectiva clara y una conducta muy otra que la estrategia de ensayo y error, en el subsuelo de este cónclave, entrelíneas, habrá de pensarse en una figura como la de ella. Le hará bien a las fuerzas hoy gubernamentales y bien a la democracia. Y se dirá adiós a la tentación del liderazgo repentino y a los ánimos redentores.
Por supuesto nada de esto se dirá explícitamente; porque todo transcurrirá como en esos espesos secretos de familia: todos se dicen ignorantes de aquello que, sin embargo, sin pronunciarlo nunca, comparten.