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Editorial
Miércoles 09 de octubre de 2024
Sin luna de miel
Starmer no logra mostrar el rumbo que quiere dar a su gobierno.
Apenas tres meses después de una victoria aplastante, el Primer Ministro británico, Keir Starmer, está aprendiendo que gobernar es más complicado que ganar elecciones. Con la reestructuración de su equipo, tras la salida de Sue Gray, su conflictiva jefa de gabinete, intenta poner fin a una crisis política autoinfligida, que le ha costado popularidad y confianza en que el laborismo pueda hacer una buena gestión.
Gray, una ex alta funcionaria del servicio público —estuvo a cargo de la investigación por las fiestas en Downing Street durante la cuarentena, en el gobierno de Boris Johnson—, tuvo como tarea preparar al laborismo para hacerse cargo del gobierno, armar los equipos y definir sus funciones, con miras a una buena transición después de 14 años en que el partido había estado en la oposición. La crisis de estos días muestra que fracasó en su cometido. Primero fue el escándalo de las “donaciones” de ropa, entradas y otros regalos recibidos por el Primer Ministro, que si bien no eran “ilegales”, fueron cuestionadas por provenir de ricos aportantes al partido, a quienes Gray dio “pases” para las oficinas del gobierno. Starmer devolvió seis mil libras de los tickets, y señaló que establecería principios para las donaciones, pero que como no estaban todavía en vigor, no era necesario devolver el resto de los regalos. Se le ha cuestionado que, después de hacer campaña enfatizando que el laborismo tenía un estándar ético más alto que el de los conservadores, en este asunto reprobó el examen.
El detonante final de la destitución de Gray fue la filtración del alza de su sueldo, más alto que el de Starmer, lo que molestó a asesores que en el gobierno ganan menos de lo que percibían en el partido, pero lo probable es que algunos hayan usado esto como excusa para deshacerse de una jefa incómoda. El nombramiento ahora del principal estratega del triunfo laborista como nuevo jefe de gabinete y la incorporación de un director de comunicaciones al equipo dan cuenta de que Starmer se convenció de que necesita tomar el control y mostrar que tiene claro el rumbo para poner en marcha el gobierno.
No obstante, nuevas caras no son suficientes para cambiar la percepción de que a esta administración le faltan una visión política y un proyecto definido, especialmente en lo económico, clave si quiere aspirar a conservar el cargo por más de un mandato. Hasta ahora, más que presentar soluciones, Starmer ha culpado de todo al anterior gobierno conservador, apuntando a un “hoyo negro” que dejaron en el presupuesto y que él está obligado a saldar con austeridad y recortes de gastos, además, probablemente, de alzas de impuestos. El 30 de octubre, el gobierno debe entregar el proyecto de presupuesto y tanto el premier como la ministra de Finanzas han dicho que “el camino por delante es empinado y duro”, y que no dejarán de presentar “políticas financiadas correctamente”.
Lo positivo es que, habiéndole dado un giro a la óptica de izquierda radical que tenía el laborismo dirigido por Jeremy Corbyn, se puede esperar que Starmer se enfoque en recuperar la economía impulsando el crecimiento y mejorando la competitividad. Por estos días se reunirá con empresarios extranjeros para atraer inversiones en el sector financiero, en infraestructura y energía, y despejar dudas e incertidumbres que preocupan desde el Brexit.