Dentro de la cadena de reacciones que desató el fraude electoral en Venezuela, una de las más curiosas fue el altercado virtual que están protagonizando Nicolás Maduro y Elon Musk. Cuando el líder bolivariano decidió bloquear al magnate tecnológico que lo tilda de “dictador” en X, este último se desbloqueó a sí mismo aprovechando que es el dueño de la plataforma.
Luego, vinieron las ofertas de puñetazos en vivo y en directo, ya que Maduro acusa a Musk de ayudar a orquestar un golpe de Estado “ciberfascista”, que incluiría también satélites y cohetes. El fundador de Tesla y SpaceX aceptó el reto poniendo como condición que si él gana, entonces, el gobernante deja el poder, pero si pierde, le regala al venezolano un viaje gratis a Marte.
No contento con lo anterior, el turno siguiente fue de la aplicación de mensajería WhatsApp, propiedad de Meta (o lo mismo, Mark Zuckerberg) con la cual Maduro anunció que “rompería relaciones”, como si se tratara de un país en sí mismo, ya que a su juicio estaría siendo empleada por grupos opositores.
Una vez que la desinstale de su teléfono, el líder venezolano afirmó que traspasaría sus contactos a Telegram y WeChat. La primera fue creada por los hermanos rusos Dúrov que luego huyeron a Dubái y la segunda, es la aplicación de mensajería de China por excelencia.
Más allá de lo anecdótico, lo que evidencian estos y otros hechos es el rol que están cobrando ciertos individuos dominantes en el campo de las tecnologías y comunicaciones, que los ha hecho pasar de innovadores empresarios a actores políticos de alcance global. Asimismo, demuestra que las esferas de influencia hoy no son solo ideológicas, económicas y militares, sino que también digitales.
Musk es quien ha ayudado a mantener funcionando internet en Ucrania gracias a los satélites de su compañía Starlink, servicio crucial ante la invasión rusa. Y es el mismo, que está enfrentado al Primer Ministro británico, Keir Starmer, por los brotes de violencia antiinmigrante en el Reino Unido.
Aunque alejado de la exposición pública y menos propenso a ofrecer peleas a sus contradictores, Zuckerberg fue objeto de serias acusaciones en el Congreso de Estados Unidos, por quedarse de brazos cruzados mientras sus redes, como Facebook en aquel entonces, se inundaban de fake news sobre la candidata demócrata Hillary Clinton. En mayo pasado, recibió al Presidente argentino, Javier Milei, con quien compartieron una festiva foto.
Peter Thiel, uno de los fundadores del servicio de pagos en línea PayPal, ha sido clave en la carrera política J. D. Vance, quien hoy es el compañero de fórmula de Donald Trump. No solo lo tuvo trabajando para él, sino que ayudó a financiar a su carrera a senador por Ohio.
Por todo lo anterior, algunos medios tienden a ubicar a estos magnates tecnológicos en el espectro de la derecha. Sin embargo, lo correcto es situarlos en el campo “libertario”, al cual dicen públicamente pertenecer. Defienden los mercados abiertos y la propiedad privada, rechazan la intervención del Estado en cualquier aspecto de la vida en sociedad y aborrecen a los dictadores (lo que no es mala cosa), pero no tanto a los líderes de convicciones fuertes (no siempre es lo mismo). De alguna forma, saben que las innovaciones de las cuales son responsables y que los han hecho ricos en consecuencia, solo son posibles en sociedades abiertas.
En un mundo donde 67% de la población, es decir, unos 5.400 millones de personas, está en línea, según estadísticas de Naciones Unidas, individuos como Musk, Zuckerberg, Thiel y otros han adquirido un enorme poder, que quizás se puede olvidar de forma cotidiana cuando intercambiamos mensajes, pero que se evidencia notoriamente cuando estallan las guerras y crisis políticas.
Su capacidad para influir en el curso de los acontecimientos puede que aún no llegue al nivel con el que fantasean las películas de Bond o la saga de Misión Imposible, pero al menos debe ser considerada como un factor que está empezando a moldear la política global y solo parece ir en aumento. Por eso Maduro quizás no esté tan equivocado al retar a Musk a pelear en el mundo offline, porque en el online tiene todas la de perder, incluso suspendiendo el servicio de X por 10 días en su país.
Juan Pablo Toro V. Director ejecutivo de AthenaLab