Señor Director:

El miércoles regresó a Chile un hijo nuestro, después de seis años estudiando su doctorado en EE.UU., para radicarse con mucha ilusión en nuestro país junto a su mujer norteamericana, recién casados, y con el anhelo de celebrar su matrimonio en una fiesta con sus amigos y familia chilena.

Cual no sería su sorpresa al llegar a la revisión de los funcionarios de aduanas en el aeropuerto de Santiago. Con una avidez recaudadora impresionante —seguramente con todo el amparo de la ley tributaria chilena— se permitieron aplicar un impuesto de US$ 1.500 para poder ingresar el vestido de novia. Monto arbitrario por lo demás, ya que no tenía correspondencia alguna con el valor real del vestido.

Nada les habría costado decir que el vestido era usado, que sería ingresado temporalmente, etcétera.

Una pequeña victoria para un Estado hambriento de recaudación de impuestos, que entrega a los contribuyentes muy poco a cambio, y que se encarga de instruir muy bien a sus funcionarios para no dar respiro a los “privilegiados”.

Me produce una gran decepción y vergüenza como país, por el cual ingresan los delincuentes sin control, pero a la gente honrada la tratan sin criterio alguno.

Andrés Olivos Bambach