En períodos de tiempo muy cortos, el mundo ha experimentado cambios profundos. La pandemia de covid-19 y luego la invasión rusa de Ucrania enterraron la idea un tanto ingenua de una economía mundial relativamente homogénea y regida por una lógica esencialmente económica. Ahora nos encontramos en un espacio global fragmentado en el que China y Estados Unidos están inmersos en una áspera disputa por la hegemonía global. El resultado es una desglobalización comercial y productiva (pero no financiera), en la que la geopolítica tiene prioridad sobre la razón puramente económica. Es en este marco que surge el sur global.
Occidente sigue existiendo, aunque es cada vez más cuestionado. La invasión de Ucrania por Rusia y la guerra entre Israel y Hamas han puesto de relieve que las normas establecidas por las potencias occidentales no tienen el carácter universal que se les atribuye y que son cada vez más percibidas “como el código de Occidente, por Occidente y para Occidente”, según la fórmula de Bobo Lo, del Sydney Institute.
Es cierto que el sur global es un conjunto heterogéneo que no ofrece un modelo alternativo. Sin embargo, no debemos confundir no tener modelo con no ser actor. El sur global es un espacio en construcción que, sin embargo, cuenta con los medios comerciales, tecnológicos y financieros para oponerse a las decisiones unilaterales de las potencias occidentales. El mundo actual no puede gobernarse del mismo modo que hace veinte años.
Un dato relevante que habla de esta nueva realidad: Brasil y Sudáfrica son los países que lideraron las principales iniciativas encaminadas a detener la tragedia en Gaza. El primero, desde la presidencia del Consejo de Seguridad, al presentar un proyecto de resolución de alto el fuego que Estados Unidos vetó. El segundo, con un alegato ante la Corte Internacional de Justicia solicitando la suspensión de las operaciones militares de Israel.
Estas iniciativas constituyen una aplicación práctica del principio de “no alineación activa” que desarrollamos con Jorge Heine y Carlos Fortín. Se inspira en el no alineamiento histórico, pero insiste en el carácter activo en una triple dimensión. En primer lugar, proponemos una no alineación estrictamente no alineada, lo que no fue el caso en particular en América Latina, donde la influencia de la ex-URSS fue evidente a través de Cuba y Fidel Castro.
Asimismo, la no alineación activa debe diferenciarse de la neutralidad. Se reconoce en los principios inspirados en el derecho internacional y se posiciona activamente de acuerdo con su contenido. Finalmente, no predica tampoco la equidistancia. Así, dependiendo de las cuestiones en juego, podemos tomar posiciones en diferentes direcciones, favoreciendo nuestros intereses propios, lejos de una alineación automática.
Al practicar una política de no alineación activa, el sur global puede actuar como constructor de un orden internacional más equilibrado. Entre las principales prioridades se encuentran la construcción de una nueva arquitectura financiera y una gobernanza más eficaz del mundo.
Es importante subrayar que la credibilidad de una no alineación activa depende crucialmente de su capacidad para no ser instrumentalizada como un dispositivo antioccidental y prochino. En muchos aspectos se acerca a la autonomía estratégica defendida por el Presidente francés, Emmanuel Macron, y Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores.
Podemos imaginar que una vez terminada la guerra en Ucrania, Europa podría tener interés en constituirse como un espacio autónomo y no alineado para no acabar estrangulada en medio del enfrentamiento entre Estados Unidos y China.
Carlos Ominami