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Cartas
Jueves 22 de diciembre de 2022
Los sesgos del rector
Señor Director:
En revista Ya de “El Mercurio” de este pasado martes, el rector de la UDP, Carlos Peña, habla de feminismo. Coincido en la mayoría de sus planteamientos, sobre todo en su temor de que el feminismo pase de ser una lucha por la recuperación de derechos, a una moda que lo domestique.
También estoy de acuerdo con su juicio de que la discusión sobre el ingreso de la mujer al mundo laboral excluye a un gran segmento de la población femenina que ha trabajado hace milenios para subsistir. “Las mujeres populares históricamente han sido más autónomas y han tomado más la vida en sus manos que la mujer burguesa”, dice Peña. Por eso me sorprendió que en la frase siguiente afirmase que las mujeres burguesas presumen de su autonomía “esclavizando a una mujer en el trabajo doméstico”; de hecho, agregó: “Por cada mujer burguesa que se desenvuelve en la vida pública, en la casa hay una o dos mujeres que hacen la cuestión doméstica a cambio de una remuneración habitualmente pobre y miserable”. Estimo que al rector, como a tantos, lo traicionaron sus sesgos inconscientes.
Primero, en sus propias palabras existe una contradicción: es raro ser esclavo y a la vez autónomo y tomar la vida en las propias manos. La esclavitud es esencialmente un estado de sujeción excesiva, lo contrario a tener la posibilidad de forjar el propio destino.
Segundo, Carlos Peña asume que el o la contratante de ayuda doméstica es una mujer. Podría haber dicho: “Por cada hombre burgués que se desenvuelve en la vida pública, hay una o dos mujeres que hacen la cuestión doméstica…”. Si ellos contratan el servicio doméstico o encargan a sus esposas esa tarea, ¿han erigido su éxito sobre otra forma de dominación: la de las mujeres? Creo que Peña piensa que sí, pero menciona la delegación en otra mujer como el problema cuando el problema aquí es la ausencia de corresponsabilidad y la asociación cultural del trabajo doméstico exclusivamente con la mujer.
El tercer sesgo que se desliza es la idea de que el trabajo doméstico es esclavitud si lo hace un tercero, olvidando que pueden ser más bien esas madres, esposas o hijas que hacen este trabajo solas día tras día, sin paga, sin retribución social, sin leyes de protección y sin reconocimiento alguno porque así se los ha asignado la cultura, porque creemos que forma parte del “ser mujer”.
Carmen Gloria López Moure