El período de la historia nacional que se inició en 1990 y que culminó hace poco más de tres años estuvo caracterizado por profundos cambios económicos y sociales. El Producto Interno Bruto del país creció anualmente un 6,23% (real) entre 1990 y 1999, un 4,25% entre 2000 y 2009, y un 3,34% entre 2010 y 2019. La formación bruta de capital creció un extraordinario 7,10% anual en todo el período. La pobreza cayó significativamente desde un 45,1% en 1987 hasta un 8,7% en 2017. La desigualdad, usualmente más difícil de reducir, también se redujo: los datos del Banco Mundial indican que el Gini era 57,2 en 1990, pero un 44,4 en 2017. No hay otro país en América Latina que tenga estos logros.
Sin embargo, las transformaciones sociales y económicas fueron mucho más que cifras. La conformación de un sistema de protección social representó un progreso significativo para toda la población. El seguro de cesantía, el AUGE, la expansión de la educación, múltiples programas sociales, la construcción de viviendas, el desarrollo de infraestructura vial, entre otros muchos avances, permitieron un mejoramiento de los niveles de vida de la gente, particularmente para los más vulnerables. Estos son logros objetivos que permitieron posicionar a Chile como un referente entre los países emergentes.
Nada de esto fue circunstancial o improvisado. La historia demuestra que ningún país sostiene tres décadas de crecimiento económico y progreso social gracias a la suerte. El Chile de la transición se construyó por la visión y liderazgo de una clase política que identificó la oportunidad de avanzar en temas críticos, que tuvo la capacidad de llegar a acuerdos considerando argumentos técnicos, que logró estar por sobre el revanchismo natural que podría haber generado la dictadura y entendiendo la importancia de generar estabilidad en una región donde esta siempre ha escaseado. Así se construyó la reputación internacional del país.
¿Estuvo este período libre de errores? Claramente, no. De hecho, en función de la difícil convivencia que ha caracterizado a nuestra sociedad durante los últimos años, es evidente que debieron haberse realizado esfuerzos adicionales en distintos ámbitos del quehacer nacional. En materia educacional, por ejemplo, la calidad debió haber recibido más atención. También en salud, mercado laboral, promoción de nuestra competitividad y productividad, por listar algunos temas, se pueden identificar ámbitos de mejora que no se abordaron adecuadamente. Además, promesas fueron incumplidas, generando frustración en la población. Esta se pudo haber reducido a partir de un relato político realista que reconociera las naturales dificultades de progresar desde el subdesarrollo. Por eso, todo análisis crítico del pasado debe construirse sin olvidar el contexto.
Y ese mismo criterio se debe aplicar a la evaluación de 2022. Durante este año, Chile estuvo a un paso de reconfigurar su orden económico y social de la mano de un proyecto constitucional que fue rechazado por una amplia mayoría de la población. El análisis del texto propuesto y el debate en torno a todo el proceso constituyente dejó al menos tres lecciones. Primero, la población demanda cambios, pero sin despreciar lo construido durante las últimas décadas. Segundo, la experimentación con cambios ajenos a nuestra cultura e idiosincrasia no parece contar con un apoyo mayoritario. Y tercero, las redes sociales pueden generar aparentes consensos basados en soluciones (demasiado) sencillas para temas sociales complejos. Sin embargo, tales respuestas pueden ser descartadas en la amplitud de la democracia, sobre todo cuando no son rigurosamente pensadas. Cualquier futuro proceso constituyente deberá tomar nota de estos puntos, pues estos se mantendrán presentes. Para bien o mal, ellos representan precisamente la herencia de una transición que, si bien imperfecta y con muchas áreas de mejoras, no puede ser considerada objetivamente como un fracaso.
¿Qué le faltó, entonces, a la transición? Esa es la gran pregunta que se debe ahora responder y abordar a partir de un análisis objetivo de las luces y sombras de lo que significó ese período de nuestra historia.
Verónica Mies
Directora Docente Instituto de Economía UC
José Miguel Sánchez
Decano Facultad de Economía y Administración UC
Sergio Urzúa
U. de Maryland y Clapes-UC