Señor Director:

Elon Musk, el multimillonario nuevo dueño de Twitter, plataforma que compró por 44 mil millones de dólares, debería traer música a los oídos de los defensores de la libertad de expresión: su fin es transformar la popular red en un sitio para todo tipo de contenidos.

Twitter provocó controversia cuando, por ejemplo, censuró puntos de vista conservadores, como lo hizo con el expresidente Donald Trump, cuya cuenta eliminó. Musk afirma que este tipo de censura, a lo que se considera información errónea o contenidos crudos, es contraria a la libertad de expresión.

El nuevo dueño de la red simbolizó su visión en el pasado de la plataforma cuando el jueves entró a la sede de Twitter, en San Francisco, con un lavamanos bajo sus brazos. Acto seguido empezó la limpieza de la casa con el despido de los tres principales ejecutivos de su nueva empresa.

Todo parece bien pensado en el hombre más rico del planeta, que invirtió, dicen, un 25% de su capital en esta aventura. Lo único que debe recordar Musk es que la libertad de expresión es el tronco de todas las libertades humanas.

Muchos defienden en forma equivocada la tesis de la información veraz como su sustento. Otros recomiendan organismos reguladores gubernamentales creados para que velen por su imparcialidad. La libertad de expresión no requiere ni apellidos, como veraz, o reguladores, pues ambos son la antítesis de un principio que no necesita amarras de ningún tipo y su existencia es tan amplia y libre como la misma expresión lo señala.

Si Musk lo entiende bien, podemos soñar con su plaza pública. En caso contrario, su iniciativa no será más que la ilusión que acompaña a las buenas intenciones.

Julio Eduardo Muñoz