Durante los 20 años de la Concertación, una coalición de centroizquierda, nunca se decretó un estado de excepción constitucional (salvo por catástrofes naturales). Los grupos terroristas fueron desarticulados en los primeros años.
El país creció en un promedio anual de 5%, lo que permitió reducir la pobreza a una cuarta parte. Actuábamos sin complejos izquierdistas ni derechistas, lo hacíamos pensando en Chile.
Cuando sobrevino la Guerra del Golfo (1990), el gobierno de Aylwin decretó un ajuste económico, el que además fue necesario porque recibimos una economía sobrecalentada. Simultáneamente, se aprobaba una reforma tributaria y laboral, a la vez que se suscribía un Acuerdo Marco entre empresarios y trabajadores.
Un desencuentro entre la autoridad monetaria y fiscal hizo que los efectos de la Crisis Asiática (1998) se prolongaran más allá de lo razonable. Un Presidente socialista, Ricardo Lagos, instruyó a su ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, que buscara y lograra un acuerdo con el presidente de la CPC, Juan Claro, en torno a una Agenda Procrecimiento. No solo eso, Lagos nombró presidente del Banco Central a Vittorio Corbo. No le tembló la mano al Presidente socialista, porque se actuaba sin complejos izquierdistas, pensando en Chile.
La Presidenta Bachelet, en su primer gobierno, de la mano de su ministro de Hacienda, Andrés Velasco, fue la guardiana de la responsabilidad política y fiscal: ante la peor crisis de la economía internacional en 60 años, siguió una política contracíclica, asegurándose de no perder la trayectoria en materia de equilibrio fiscal. Mientras la borrachera de los países del ALBA hizo que se gastaran los recursos del boom de los commodities, Chile ahorraba los excedentes para asegurar el financiamiento de los programas sociales en momentos de vacas flacas. Eso no obstó a seguir avanzando en la agenda de protección social: la instalación de un pilar solidario, a través de la Pensión Básica Solidaria, fue un gran paso adelante.
Cambio sin ruptura a través del reformismo gradualista: esa fue la fórmula de los gobiernos de la Concertación. Estos tuvieron un solo horizonte en materia de estrategia de desarrollo: la apertura externa, la integración a la economía internacional y el libre comercio, dando lugar a la situación de mayor progreso y bienestar de la sociedad chilena a través de su historia. El gobierno del Presidente Boric, basado en un difícil equilibrio entre dos coaliciones, tiene que elegir: o asume una agenda proseguridad y procrecimiento como propia, con la consiguiente rectificación de su política, o se le puede caer encima la estantería.
En materia de seguridad, desde el desistimiento de las 139 querellas criminales por delitos contra la Ley de Seguridad Interior del Estado, hasta el zigzagueante apoyo/no apoyo a Carabineros de Chile en días y semanas recientes, las señales han sido erráticas, reforzando la sensación generalizada de impunidad que ya se venía gestando en los últimos años.
En materia económica, los loables esfuerzos de la autoridad monetaria y fiscal por controlar la inflación, el déficit fiscal y la deuda pública chocan todos los días con la realidad de una economía estancada, con inversiones que se resienten o que se cancelan —como acaba de ocurrir en la industria del hidrógeno verde—, y un crecimiento que se estima negativo para 2023. Los prejuicios ideológicos en torno al TPP11 son una demostración de las nulas convicciones en materia de inserción económica internacional, comprometiendo la exitosa estrategia de apertura externa de los últimos años y décadas.
El gobierno de Boric tiene que entender que la seguridad y el crecimiento no son temas de la derecha. Los gobiernos progresistas, de centroizquierda, que le antecedieron, demostraron que es posible impulsar los cambios sobre la base de la responsabilidad política y fiscal.
Si el Presidente Boric realmente cree estar parado sobre hombros de gigantes, entonces tiene que sacar las lecciones de nuestra historia más reciente. Al Gobierno no se le pide que abdique de sus convicciones, sino que actúe con responsabilidad, pensando en el bien de Chile. Un sano (re)equilibrio entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad es lo que se impone hacia el futuro, en la perspectiva del progreso y el bienestar.
Ignacio Walker