Jonathan llegó al restaurante de la esquina y sin más nos cantó sus cuitas.

—Hace como dos semanas, como no me llegaba la cuenta del agua, la fui a pagar con la boleta anterior. Recién ahora me llegó la cuenta y la fui a cancelar a una Caja Vecina. El encargado la vio en su máquina y me dijo: No tiene deuda, no debe nada…

—¿Y eso te aflige?

—Me molesta que no lleguen las cuentas a tiempo si es que llegan. Se produce un desorden. Si pagué el agua hace rato, ¿cómo es que aún la compañía no lo sabe? Debería ser como los cajeros automáticos: uno retira plata y de inmediato el comprobante te dice cuánto dinero te queda en tu cuenta…

Debatimos el tema, pero Jonathan trae otro apunte:

—Una funcionaria me dijo por teléfono que tengo aprobado un préstamo millonario, pagadero en cuatro años. Me acordé de las peripecias que pasábamos antes para obtener un crédito. Aparte de todos los papeles que exigían, reason why incluido, teníamos que contar con el apoyo de un aval…

Todos cuentan anécdotas vividas en las financieras. Jonathan tiene más.

—A propósito, me acordé de un tipo que vendía mote con huesillos a la entrada de un banco céntrico. Lo reconoció un amigo y, conversando, el vendedor le dijo que le iba muy bien y que se hacía sus buenos pesos. El otro se animó y le dijo que andaba débil, que si lo podía afirmar con veinte lucas.

—Me gustaría, pero no puedo porque tengo un convenio con el banco.

—¿Qué convenio? —preguntó extrañado.

—Mira, yo no presto plata y el banco no vende mote con huesillos…