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Editorial
Miércoles 21 de septiembre de 2022
El Presidente en la ONU
El discurso del mandatario fue un reflejo de los dilemas políticos de un gobierno que no termina de asumir la derrota plebiscitaria.
Sin duda lo más valioso del discurso que marcó ayer el debut del Presidente Boric ante la Asamblea General de la ONU fue su reconocimiento —una suerte de mea culpa generacional— de que “representar el malestar es mucho más sencillo que producir las soluciones” y que “muchas veces confundimos el éxito que podemos tener como voceros de la molestia ciudadana con nuestra real capacidad de ser constructores de mejores futuros”. Hay en esas palabras un acto de humildad encomiable, tratándose de quien llegó al poder luego de una exitosa trayectoria como dirigente universitario, líder de movilizaciones sociales y posteriormente implacable diputado de oposición a dos gobiernos. Pero por lo mismo es que sorprende y resulta finalmente contradictorio que el mismo Presidente que con honestidad admite aquello y reivindica el valor de la democracia, se resista a asumir como tal la derrota personal y de su gobierno que significó el resultado plebiscitario del 4 de septiembre.
Más allá de juegos retóricos —“nunca un gobierno puede sentirse derrotado cuando el pueblo se pronuncia”—, el punto da cuenta de un problema de fondo: el de una administración desconcertada, que identificó su propio proyecto político con la propuesta constitucional y que, rechazada esta de modo abrumador, se muestra incapaz de definir un curso de acción que se haga cargo de ese mensaje ciudadano. Eso es en definitiva lo que subyace a las tímidas señales que se han dado desde entonces, como un cambio de gabinete de alcance limitado o las hasta ahora modestas correcciones a la reforma tributaria
Por cierto, no cabe esperar que un discurso ante la ONU sea la instancia para zanjar los dilemas políticos de un gobierno. Sin embargo, la intervención del mandatario fue un buen reflejo de ellos. Así, si difícilmente podría discutirse su afirmación de que “los resultados (del plebiscito) son la expresión de una ciudadanía que demanda cambios sin poner en riesgo sus logros presentes”, llama la atención que se insista en vincular el proceso que hoy vive el país con un proyecto objetivamente fracasado, como fue el de Salvador Allende y la Unidad Popular. ¿O es que —con independencia de la admiración que la figura del exmandatario pueda despertarle— ve el Presidente allí una respuesta para los problemas del Chile del siglo XXI? En similar línea, el reconocimiento a los logros de los últimos 30 años en materia de reducción de la pobreza y avances sociales parece forzado cuando al mismo tiempo se acusa al modelo de desarrollo de ser el responsable de que Chile sea “uno de los países más desiguales del mundo”, afirmación esta que no solo es equivocada, sino que omite el que precisamente con ese modelo nuestro país logró reducir significativamente las inequidades. Y es que, si bien el mandatario finalmente admite y condena algunas de las manifestaciones de violencia del 18 de octubre de 2019 y los meses siguientes, sus palabras siguen en muchos sentidos siendo tributarias del discurso octubrista, ese para el cual simplemente “fue una larga historia de injusticias la que se expresó en nuestro país”, “la consecuencia de innumerables historias de dolor y postergación que se fueron incubando”. Afirmaciones, por lo demás, inquietantemente parecidas a las de su embajador en España, según el cual “para que llegáramos a eso (el estallido) se requirieron 30 años de políticas que profundizaron la desigualdad”.
Pero también en las materias de posicionamiento internacional abordadas en el discurso quedaron algunas preguntas abiertas. Desde luego, puede estimarse arriesgado haber vuelto a aludir a la cuestión palestina luego del bochornoso incidente con el embajador de Israel vivido la semana pasada; esto, si bien el mandatario procuró ahora equilibrar sus palabras con un reconocimiento explícito del derecho del Estado judío a vivir dentro de fronteras seguras. A su vez, siendo notorio el empeño por proyectar un liderazgo en el compromiso con los derechos humanos, cabe preguntarse por qué el Presidente, justificadamente duro en condenar la violencia contra las mujeres en Irán o los abusos contra palestinos, solo habló de una “prolongada crisis política” cuando se refirió a Venezuela. Por otra parte, ¿cuál fue la razón para que su llamado a la liberación de los presos políticos en Nicaragua no lo hiciera extensivo también a Cuba? ¿O es que la correlación de fuerzas dentro del oficialismo inhibe al mandatario de expresarse en estas materias con toda la fuerza que sí lo hiciera durante la campaña de primarias, en que venció al comunista Daniel Jadue? El Presidente, quien ayer llamó a la cooperación entre los países del “sur global” —concepto vinculado con las teorías decoloniales y que ha venido a reemplazar a términos como el de “tercer mundo”—, debe tener claro que esa cooperación no podría sostenerse sobre la base de dobles estándares en una materia que él mismo ha definido como crucial.