El peso chileno alcanzó sus mínimos históricos respecto de la divisa norteamericana, al superar esta, en la jornada de ayer, la barrera de los 900 pesos por dólar. En términos reales, este valor es solo comparable con los mínimos registrados por el peso a fines de 1989, ad portas de la asunción del gobierno de Patricio Aylwin, en un momento marcado por las incertidumbres propias de la transición política.

Las razones que explican esta situación son múltiples. En lo más reciente, la fuerte depreciación del peso —casi 90 pesos por dólar en las últimas tres semanas— tiene su origen en un cambio importante en la política monetaria en Estados Unidos, cuyo banco central —la Reserva Federal— ha debido acelerar el alza en la tasa de interés y dar señales de mayor preocupación por la inflación, como respuesta a un significativo desequilibrio monetario. A su vez, también ha resurgido una mayor percepción de riesgo respecto de los países emergentes. En un contexto donde la economía europea enfrenta grandes dificultades y la de China se encuentra en un proceso de significativa desaceleración, la fortaleza de la economía norteamericana y una política monetaria más contractiva han apreciado de manera importante el dólar a nivel global. Desde esa perspectiva, la dinámica del peso chileno en las últimas semanas puede ser entendida como parte de un fenómeno global.

Pero el problema no se agota ahí. Chile arrastra una pérdida de credibilidad económica evidente, que se ha manifestado en una fuerte pérdida del valor del peso desde los sucesos de octubre de 2019. El impacto de estos factores idiosincráticos podría llevar a superar fácilmente los cien pesos por dólar. En otras palabras, con un precio del cobre alto —más allá de la caída experimentada en las últimas semanas — y con la fuerte recuperación iniciada al irse liberando las restricciones de la pandemia, el tipo de cambio podría estar cómodamente bajo los 800 pesos por dólar de no mediar la crisis institucional que vive el país.

Las consecuencias de esta escalada son numerosas, siendo la más importante el efecto inflacionario que produce. En efecto, las proyecciones de inflación en Chile —tanto del Banco Central como de buena parte del mercado— asumen una convergencia gradual a 3% bajo un escenario de estabilidad del dólar en un nivel significativamente inferior al actual. Sin embargo, de sostenerse estos niveles del peso, la inflación podría ser entre uno y dos puntos superior a estas estimaciones, imponiendo una presión importante sobre nuestra política monetaria.

Hacia adelante, dos escenarios aparecen como claves para proyectar este fenómeno. El primero dice relación con la actitud de la Reserva Federal en el combate contra la inflación. De confirmarse un panorama más agresivo de aumentos de tasas de interés en la principal economía del mundo, la depreciación del peso podría continuar. Por otra parte, el debilitamiento de nuestra moneda es evidente cuando se compara con su valor promedio de los últimos 30 años. Sin embargo, los fundamentos de la economía chilena han cambiado, por lo que resulta difícil identificar cuánto más depreciado es el nivel de largo plazo del tipo de cambio real. Por ello, de no mediar sorpresas, no es descartable que el peso se mantenga débil por un tiempo largo.