En los próximos días, en el legítimo ejercicio de sus atribuciones, el Pleno de la Convención Constitucional deberá pronunciarse sobre la propuesta de eliminar el Senado. Algunas de las razones esgrimidas por los autores de esta iniciativa apuntan a tener una Cámara de Diputados que “cuente con las facultades necesarias para incidir en las distintas etapas de la formación de la ley y no quede limitada a ser una cámara de segundo orden”, sosteniéndose, además, que el Senado es una institución que “ejercería un rol de tutelaje elitista y conservador”.
No comparto la idea de eliminar el Senado (ni tampoco la propuesta de reemplazarlo por un Consejo Territorial con facultades muy limitadas). Estimo que los argumentos planteados por los autores de esta idea son falaces y débiles.
Actualmente (gracias a que no prosperó la idea de la comisión Ortúzar de que solo el Senado actuara como cámara revisora), tanto la Cámara de Diputados como el Senado pueden actuar como cámara revisora (según donde se inicie el trámite legislativo) y ambas cámaras cuentan con las mismas atribuciones para influir en el proceso de formación de la ley. Es falso que la Cámara de Diputados “sea una cámara de segundo orden”.
A su turno, considerando que a lo largo de nuestra historia buena parte de los senadores ha formado parte previamente de la Cámara de Diputados, cabe preguntarse si existe algún elemento intrínseco de la institución Senado que explique por qué “los verdaderos representantes del pueblo” se habrían transformado (de la noche a la mañana) en personas que solo buscan “bloquear los cambios sociales y políticos”. Si esto fuese así, lo lógico sería que sean los ciudadanos (en los procesos electorales) los llamados a reemplazar a aquellos parlamentarios que se oponen a los cambios, en vez de eliminar el órgano colegiado al que pertenecen (independientemente de si son senadores o diputados).
Tengo la convicción, en base a mi modesta experiencia (habiendo estado a “los dos lados del mostrador”), que la existencia de un Congreso bicameral contribuye significativamente a generar leyes de mayor calidad. Muchas veces los seres humanos corremos el riesgo de “enamorarnos” de nuestras propias ideas e iniciativas. Todo indica que los proyectos aprobados en primer trámite constitucional suelen ser mejorados sustancialmente gracias a la mayor objetividad de los integrantes de la cámara revisora (sean estos diputados o senadores).
Estamos a tiempo de rectificar y abocarnos a mejorar (en vez de eliminar) las instituciones fundamentales de nuestra democracia, que con el esfuerzo de tantas y tantos compatriotas hemos construido durante más de 200 años de historia republicana. No se entiende que justo ahora, en que por fin tenemos una Cámara Alta integrada en un 100% por senadores elegidos por la ciudadanía, sin el sistema electoral binominal, se quiera persistir en una idea cuyas consecuencias pueden ser nefastas para el futuro de nuestro país.
Patricio Walker
Expresidente de la Cámara de Diputados y del Senado