El convencional Fernando Atria, del Frente Amplio, envió un mensaje a través de este diario al Presidente electo, Gabriel Boric, también del FA. Al ser consultado respecto de si el éxito del próximo gobierno estará unido al de la Convención, respondió: “Hay pocas personas que se identifican más con el proceso constituyente que la figura de Gabriel Boric. Creo que el apoyo que él estuvo dispuesto a dar, con un altísimo costo inicial, hizo posible el proceso constituyente. Fue decisivo para que el proceso avanzara. La figura de él está mucho más vinculada al proceso constituyente y su suerte que otras figuras. Esto hace que sea difícil un gobierno exitoso con un proceso constituyente que no lo es”.
En otras palabras, Atria le dice a Boric que el nuevo gobierno y la Convención están unidos en la salud y en la enfermedad. O se salvan juntos o se hunden juntos. El tono del recado sería obviamente distinto, y hasta reivindicaría la autonomía de la Convención, si el proceso constituyente marchara sobre ruedas, pero está a la vista que marcha muy mal, lo que lleva a pedirle apoyo al nuevo Presidente, e incluso advertirle que no puede desentenderse de lo que viene.
¿Qué espera Atria que haga Boric? Se supone que no le pide que reitere los gestos de simpatía, sino ir más allá. A lo mejor, que cuando ya esté en La Moneda, convoque a los jefes de los grupos que controlan la Convención con el fin de entregarles recomendaciones o pautas sobre cómo actuar para que el proyecto de nueva Constitución sea menos rupturista, o más tragable. Podría hacerlo, pero la independencia de la Convención quedaría maltrecha y, además, no es bajo el riesgo de que los representantes más intransigentes del octubrismo le digan a Boric que no se meta. Esa intervención podría, entonces, complicar más las cosas y, por añadidura, dañar la autoridad del nuevo mandatario.
Otra posibilidad sería que, cuando el proyecto de nueva Constitución esté listo, los líderes de la Convención se lo lleven a Boric y sus asesores para que lo revisen y hagan las observaciones que estimen pertinentes (a lo mejor, aceptar que cambien alguna cosita). Sería como reconocer el veto presidencial de facto. Nada de eso está contemplado en la reforma constitucional que puso en marcha esta historia. Es legalmente inviable.
¿Qué queda, entonces? Lo que, quizás, sea el sentido genuino del mensaje: Boric tiene que apoyar incondicionalmente lo que salga de la Convención. Por completo. Sin reparos de ningún tipo (“si es un engendro, será nuestro engendro”). Y enseguida, disponerse a poner el aparato de gobierno, partiendo por la Secretaría de Comunicaciones, al servicio de la campaña propagandística para aprobar el texto de la Convención en el plebiscito de salida. O nos salvamos juntos, o nos hundimos juntos. Apostar todo o nada en cinco meses más.
Así las cosas, el cuadro no es precisamente auspicioso para el Presidente electo. Necesitaría empezar a gobernar en un contexto de estabilidad institucional, tratando de crear un clima de confianza en el país, y sucede que la Convención representa el mayor factor de inestabilidad e inseguridad, a tal punto que hasta los senadores que entregaron la potestad constitucional del Congreso a un segundo Parlamento, ahora están preocupados, y se supone que no solo por la eventual eliminación del Senado, sino por el futuro de la República.
Boric fue elegido Presidente de acuerdo con las normas constitucionales vigentes. De allí deriva su poder. Es una ironía de la historia que el mismo orden legal que él cuestionaba haya hecho posible su ascenso a la jefatura del Estado. Le conviene, pues, que el edificio institucional no se erosione. Si aspira a gobernar para todos los chilenos, no puede vacilar respecto de su deber de sostener el Estado de Derecho. El eventual cambio constitucional, mañana o pasado mañana, no puede condicionar esa obligación. La legalidad es su fuerza, y también su escudo.
Parece obvio, pero la tarea exclusiva de Boric es gobernar, y eso implica una responsabilidad gigantesca. Deberá atender altas exigencias en todos los ámbitos; en primer lugar, el desafío terrorista en el sur, y tendrá que asegurar que su equipo funcione lo mejor posible. No faltarán los inconvenientes, las sorpresas desagradables, los problemas que nadie previó. Y deberá rogar para que los opositores no le paguen con la misma moneda usada por los partidos de su coalición contra el gobierno que termina. Todo será difícil. Por lo tanto, no le hacen ningún favor quienes le aconsejan que se preocupe del rumbo de la Convención, o que asegure que el barco llegue a puerto. Tal como van las cosas, equivale a pedirle que se suba a una embarcación que hace agua por todos lados.