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Editorial
Lunes 03 de enero de 2022
Riesgos de la popularidad en política
Entrega un capital político apreciable, pero que, sometido a prueba, puede tornarse fugaz.
Los dirigentes políticos que aspiran a representar a la población suelen tener entre sus objetivos lograr la mayor popularidad posible, pero en ese afán no dejan de correr ciertos peligros. La popularidad por sí misma no podría ser considerada un inconveniente, pues revela cierto aprecio de la gente por un político. Mas, debe estar siempre basada en un conocimiento extenso de la trayectoria, de las decisiones adoptadas en distintas circunstancias, que revelan una conducta y un carácter, más que en un simple cariño por los rasgos de simpatía de una persona.
Numerosos son los casos de políticos que han adquirido gran notoriedad y rápidamente se han vuelto muy populares, pero ante determinadas circunstancias que ponen a prueba su fortaleza, no resisten y caen súbitamente en el aprecio general. Así, pierden en cosa de días el capital político que creían haber acumulado. Los escándalos, provocados a veces por familiares más que por el político mismo, son una de las formas de comprobar si esa persona tiene la capacidad de sobrellevar una situación difícil o si intenta huir de las malas noticias.
Muchas veces, los mismos políticos populares se han construido una imagen basada en atributos accidentales que pueden desaparecer con facilidad o no comprobarse como los había imaginado la gente, y es otra razón para la pérdida del renombre. En estos casos suelen reclamar en forma airada, porque argumentan que se trata de rasgos ajenos a sus capacidades como dirigentes. Sin embargo, en la etapa de creación del personaje popular, nunca ha habido una queja del político que después ha sufrido la pérdida de reputación. Por cierto, a veces ni la popularidad ni su brusca desaparición son deliberadamente erigidas por el dirigente en cuestión, pero justamente ahí reside el peligro de ser una celebridad.
En América Latina, acciones de la izquierda más radical se han basado en el cultivo de personalidades populares, como ha sido el caso de Fidel Castro o del Che Guevara. Son dos ejemplos exitosos, entre muchos otros, que han terminado en profundo descrédito, como Maduro u Ortega. También fuera de la región ha habido casos históricos de culto a personalidades —baste recordar a Stalin— que a la larga han sido degradados hasta convertirse en símbolos de la desgracia y la crueldad. Se trata de una táctica riesgosa, pero que es conscientemente planificada por los grupos de la izquierda radical. Comienza ahí un peligroso acercamiento entre la popularidad y el populismo.
El Presidente electo parece tener conciencia de ello, según se desprende de su propia advertencia al señalar que se debe evitar idealizar a las personas, incluyéndolo a él mismo. En efecto, la alta popularidad de la que goza en estos días bien puede situarlo en una posición no exenta de riesgos, tanto si se usa su nombre para organizar manifestaciones de presión callejera, como si la población llega a no recibir beneficios a la altura de las altas expectativas creadas. Su transparencia, así como sus cambios y las declaraciones sobre los aprendizajes de sus errores, generan cercanía y simpatía, pero no bastará con esos rasgos para sostener la admiración de la ciudadanía por mucho tiempo, sino solo una actuación seria y responsable podrá mantenerlo en el sitial en que se encuentra.