Señor Director:

Cuando niño, como muchos, fui testigo de la polarización, la división y la violencia en el seno familiar y en el entorno social. Cuando joven pude ver y saber del sufrimiento de miles, la represión y de los condenables abusos. Cuando mayor, luego de un período de equilibrio precario, veo volver con brutal intensidad las divisiones que nos dañan y causan rabia. Tal como le ocurría a Sísifo me pregunto: ¿estaremos condenados a repetir eternamente nuestras fatídicas acciones? ¿Será ese nuestro destino? ¿Estaremos malditos?

Somos un país partido por creencias que nos hacen intolerantes; tenemos miedo y desconfiamos los unos de los otros. Debemos intentar frenar la denostación y asumir que el diálogo benéfico requiere modestia, flexibilidad, capacidad de escuchar, disposición a ceder y empatizar con lo diferente. Si no lo logramos, continuaremos subyugados por la amenaza, de la cual emergen emociones primarias que imposibilitan el encuentro y la cohabitación respetuosa que nos merecemos y que debiéramos poder heredar.

Reflexionemos sobre esto los días que se vienen, pero sobre todo después de la elección.

Álvaro Pacull L.