Nada es definitivo en política (y en la vida, solo la muerte), sin embargo, las señales que han dado partidos y los principales líderes de la centroizquierda, posprimera vuelta presidencial, huelen a un triste final.
Su rendición a la visión de la izquierda radical empezó hace muchos años. La primera señal fue el levantamiento de los “auto flagelantes” en los inicios del mandato del presidente Ricardo Lagos, renegando del orgullo de una transición exitosa, el diálogo y los acuerdos con la oposición. Será tarea de los historiadores retratar de manera más precisa y detallada esa trayectoria, lo cierto es que hoy miramos los rescoldos humeantes de la ex Concertación.
La entrega en la última década fue progresiva. Tentados por derrotar a la derecha, la centro izquierda fue cediendo espacios electorales primero, políticos luego. La incorporación del PC a la Nueva Mayoría en el 2013 y su desembarco en el segundo mandato de la presidenta Bachelet aceleró el debilitamiento. Instalados en el corazón del gobierno, el roce con el resto de los partidos generó un clima de permanente conflicto y dejó un sabor amargo en buena parte de sus líderes, a pesar de haberse concretado parte importante de sus reformas emblemáticas (tributaria, educacional, fin del binominal, etc., a mi juicio todas malas para Chile, pero ese no es el tema de esta columna).
A partir del 2018, la descomposición de la identidad de la social democracia chilena y de su liderazgo no tuvo retorno. Desde octubre de 2019, todos sus partidos, sin excepción, entregaron la interpretación histórica de los últimos 30 años. El progreso social y económico, la consolidación de la democracia, la admiración de Chile como el país que más había disminuido la pobreza en el mundo y el surgimiento de la clase media más potente de América Latina, etc. De todo renegaron y se excusaron. Pasaron del orgullo a la vergüenza y cambiaron el relato de los avances, por el de la imposibilidad de concretar reformas por el veto de la derecha.
Hay hechos recientes reveladores de la rendición e inmerecidos para millones de chilenos que votaron durante 30 años por esa coalición. El más pintoresco de todos tuvo lugar horas antes del cierre de la inscripción de las primarias legales este año, cuando, para facilitar un pacto con el PC y el Frente Amplio, la DC bajaba a Ximena Rincón, elegida en primarias como candidata presidencial, para instalar a Yasna Provoste; y el PPD forzaba la renuncia de la candidatura del ex canciller Heraldo Muñoz. Humillaciones inútiles: minutos antes de vencer el plazo, Daniel Jadue y Gabriel Boric confirmaban que los dejaban fuera de un pacto único.
Y en el día a día, frente a casi todas las votaciones importantes en el Congreso, la ex Concertación ha acatado mayoritariamente las posiciones del PC y del Frente Amplio (incluidos los dos intentos de derrocar al Presidente de la República). Si alguien creyó, ingenuamente, que la adhesión en segunda vuelta de la ex Concertación tenía algo que ver en la repentina moderación de Gabriel Boric, el viernes vino el desencanto: no solo votó a favor del cuarto retiro de fondos de pensiones, sino que desoyó la opinión casi unánime de su equipo económico, que por cierto integran hoy destacados economistas de “los 30 años”.
Ya sabemos que si el candidato de Apruebo Dignidad llegara a gobernar, todas esas voces moderadas se encerrarán en un clóset lejos de La Moneda y de sus decisiones. El respaldo de la ex Concertación a la candidatura de Gabriel Boric garantiza justamente eso: la rendición.
Isabel Plá