Acaba de quedar atrás una nueva versión de Puerto de Ideas en Valparaíso, lo cual no quiere decir que haya pasado al olvido, sobre todo por la entretenida y muy bien informada conferencia inaugural del historiador Rafael Sagredo sobre las circunstancias que rodearon a nuestra Constitución de 1828. Una Carta Fundamental de corte liberal y de corta vida, que fue prontamente reemplazada por el diseño autoritario y centralizador de la Constitución de 1833.
Por mi parte, la tuve fácil, puesto que me correspondió moderar un panel sobre escaleras y ascensores, dos elementos muy visibles de Valparaíso, aunque la casi totalidad de los segundos permanece sin funcionar. ¡Cuánto tiempo para recuperar nuestras cajas voladoras! ¡Cuánto tiempo desde la inauguración de la primera de ellas, la que sube al cerro Concepción y baja de él ofreciendo una imagen inigualable de la bahía! ¡Y cuánto tiempo desde la imagen de quienes, en el primer viaje, detuvieron el funicular justo en medio de la subida y descorcharon botellas de champaña para ahuyentar los temores de los porteños que observaban desde el plan un ascenso que les parecía cargado de peligros! Osvaldo Rodríguez, el Gitano, cantaba en el exilio su himno a Valparaíso, que en una de sus líneas dice del puerto que “no se puede dejar sin que nos falte”, aunque pareciera que desde hace ya su buen rato la ciudad nos está abandonando sin que la dejemos. Seguimos en Valparaíso, pero cada vez tenemos menos Valparaíso.
Sagredo la tuvo más difícil, pero salió muy bien del paso. Con gracia, con humor, y apoyado en diarios de la época que se dividieron en sus opiniones sobre la Constitución de 1828, unos a favor, otros en contra, y con nombres tan decidores como “El hambriento” o “El canalla”. Diarios de batalla que caricaturizaban a los políticos de uno u otro sector sin que al parecer estos anunciaran querellas a cada instante.
En enero de 1828, contó el expositor, se eligió a los diputados constituyentes a quienes se encargó organizar “definitivamente” a Chile por medio de una Constitución. En la elección se impusieron los liberales sobre los conservadores (pipiolos y pelucones se llamaban entonces), y los derrotados reclamaron a viva voz, mientras los ganadores los acusaban de querer conservar sus privilegios. Hubo hasta una célebre carta en la prensa, firmada por una buena cantidad de ricos y famosos de entonces que protestaron ante los resultados, la que fue replicada haciéndoles ver que se comportaban como malos perdedores. El plazo para redactar la Constitución fue de 50 días y desde un comienzo se discutió una iniciativa de indulto para quienes permanecían privados de libertad por asonadas que habían tenido lugar desde 1826.
A poco andar, y para “alejarse de la intriga santiaguina”, los constituyentes se trasladaron a Valparaíso para funcionar en un edificio del sector de La Matriz, levantado en el mismo inmueble donde se edificará la nueva sede del Centro Interdisciplinario de Neurociencias de la Universidad de Valparaíso, una vez que se logre superar la burocracia que lo tiene paralizado hasta ahora. Eran tiempos en que en la ciudad se corrían carreras de caballos por sus calles principales, mientras los vecinos se quejaban de la gran cantidad de perros vagos que circulaban por doquier. Para el traslado de los constituyentes a Valparaíso se dispuso una dieta especial, lo cual no fue suficiente para que dejaran de quejarse por la falta de apoyo que a su labor prestaba el gobierno de la época.
Con ocasión del artículo 1 de la Constitución de 1828 se discutió el concepto de nación chilena y si los entonces llamados “araucanos” formaban o no parte de ella, y, una vez completado su texto, fue enviada para su promulgación por el Jefe de Estado, quien ordenó “a todas las autoridades civiles, militares o eclesiásticas que guardaran e hicieran guardar, cumplieran y ejecutaran” el texto constitucional. Otro periódico, “El sepulturero”, fiel a su nombre, se opuso tenazmente a la recién aprobada Constitución, y hacia fines del mismo año una peste de viruela llegó a Chile. Se dispuso la inmediata vacunación de la población, pero fueron muchos los que se resistieron a ella. Otros, habiendo recibido la vacuna, enfermaron igual, de manera que se decidió aplicar una segunda dosis.
Contó también Sagredo que el día de la promulgación de la Constitución, un extraño fenómeno atmosférico se produjo en la zona centro sur del país. Muchos creyeron que se trataba del fin del mundo, o a lo menos del país, y aprovecharon la situación para reincidir en sus malos augurios políticos para Chile.
El excelente expositor de la reciente versión de Puerto de Ideas quedó justo allí, es decir, a las puertas de 1829, diciendo que lo que sucedió a continuación es otra historia, que ojalá cuente el año próximo en el mismo festival cultural que tiene lugar todos los años en Valparaíso.
Y algo más: 1828 fue en Chile el año más lluvioso del siglo XIX, y tal parece ser la única diferencia con 2021.
Agustín Squella