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Cartas
Miércoles 10 de noviembre de 2021
Pudo ser sublime, fue ridículo
Señor Director:
Entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un paso.
El senador Jaime Naranjo acaba de confirmarlo.
Una acusación constitucional en un Estado democrático puede ser algo sublime: nada menos que la reivindicación de los valores de la república y de la comunidad cívica frente a quien los transgrede. El poder de quien tiene a su cargo el Estado de pronto se ve sometido al control de los representantes, quienes preocupados de que los deberes constitucionales se cumplan, hacen el escrutinio del Presidente y entonces deciden acusarlo.
Sublime.
Desgraciadamente, esta vez todo careció de sentido institucional y republicano. Un conjunto de diputados que se han esmerado en transgredir innumerables veces la misma Constitución que ahora esgrimen, y que se han comportado muchas veces como saltimbanquis y payasos al celebrar cada vez que la Constitución logró ser transgredida, acusan ahora al Presidente de hacerlo. Y para ello un diputado de discurso confuso (que alguna vez balbuceó explicaciones acerca del empleo de su mujer en el propio Congreso) se dispuso a una maratón de oratoria y de lectura, a la que quienes lo acompañaban dieron visos de heroísmo, auscultándolo como si se estuviera jugando la vida, alentándolo como si gastara su último aliento, para que otro diputado, Giorgio Jackson, que había sido sospechoso de covid luego del descuido de su candidato presidencial (según se demostró en Interferencia.cl) saliera de su casa filmado por las televisoras, como si se tratara de una carrera epopéyica, y se filmara a sí mismo y transmitiera el acontecimiento extraordinario del que él mismo, gracias a la sospecha de covid causada por su candidato, era protagonista.
En una palabra: ridículo.
Sería anecdótico si no fuera porque este tipo de actos y de comportamientos acaban deteriorando las instituciones. A este paso, terminaremos bajo un arco en ruinas.
Carlos Peña