Los procesos de involución económica y social más dañinos son típicamente lentos. La razón es simple. Mientras más vertiginoso es el colapso de un país, más rápido la sociedad internaliza la situación y actúa para modificar el rumbo. En una pausada decadencia, entonces, se esconde el colapso. Por eso es necesario brindar particular atención a variables económicas que pueden ser sensibles a tal negativa tendencia.

La estable alza en el valor del dólar tiene dicha connotación. En las últimas semanas, el tipo de cambio ha visto un constante aumento. De hecho, en lo que va del año se ha incrementado en casi un 15%, siendo el peso chileno una de las monedas que más valor han perdido en el planeta. Así, mientras en mayo pasado un dólar podía comprarse con unos $700, hoy la moneda estadounidense cuesta más de $800.

Por cierto, el fortalecimiento del dólar es un fenómeno global. El aumento en las tasas de interés en EE.UU. lo hace más atractivo como activo de reserva, a lo que se suma la incertidumbre respecto de la compleja salud de la economía china. Esto genera incertidumbre y fomenta el resguardo de los inversionistas en monedas fuertes.

Pero estos fenómenos no explican la sostenida tendencia al alza del tipo de cambio en Chile. Para entenderlo, primero es necesario reconocer que existen fuerzas que deberían estar empujando el tipo de cambio en la dirección contraria. Este es el caso del avance del proyecto de un cuarto retiro de los fondos de pensiones. Opuesto al caso actual, en cada uno de los retiros anteriores el tipo de cambio cayó notoriamente y las razones técnicas son obvias: la venta de miles de millones de activos en el extranjero que implica la equivocada medida genera una importante entrada de dólares al mercado laboral, lo que presiona su valor a la baja.

Pero nada de eso se ha observado en esta oportunidad. Muy por el contrario, tras la inepta decisión parlamentaria, el tipo de cambio ha continuado su escalada, lo que, por supuesto, contribuirá al aumento de la inflación en los próximos meses.

Por lo tanto, las fuertes presiones sobre un mayor tipo de cambio deben tener un origen distinto a la simple tendencia internacional y la inspección de la realidad económica del país ofrece pistas claras al respecto.

En primer lugar, a pesar de los esfuerzos para controlar los niveles de gasto a partir de 2022, lo cierto es que el Gobierno no ha logrado poner fin a los exorbitantes desembolsos de subsidios que siguen deteriorando las finanzas públicas. Un mayor endeudamiento del Estado y el drenaje de los fondos soberanos dejan a Chile en una deteriorada posición, lo que lleva a un ajuste en las expectativas futuras y desincentiva a los inversionistas dispuestos.

A lo anterior se suma la incombustible disposición del Parlamento por continuar impulsando medidas que atentan contra la inversión. Más allá de constatar la inconstitucionalidad de las indicaciones, la facilidad con que los miembros de la comisión de Trabajo de la Cámara de Diputados subieron desde un 5% la tasa de impuesto a las ganancias de capital hasta el régimen general de tributación (tasa impositiva podría llegar hasta el 40%) es una nueva señal de que el mercado bursátil está bajo un ataque político, dificultando la disposición de atraer inversión. A eso se agregó el profundo daño que se infligiría al mercado de seguros si avanzara el proyecto de cuarto retiro de fondos de pensiones, pues incluye un perjuicio patrimonial sobre todas las empresas del sector, que no solo desencadenaría futuras demandas internacionales, sino que también tendría un impacto inmediato sobre la población.

Cierra el complejo círculo la evolución del proceso constituyente. Lo observado durante los últimos días, con la indecorosa evolución del reglamento, debería al menos modificar el apetito por riesgo de cualquier inversionista. Tal situación amplifica la incertidumbre e iguala a Chile con los países de la región.

Con todo, el aumento en el tipo de cambio debe ser interpretado como la señal de que el país camina con un incierto rumbo. Un dólar más caro no es espontáneo ni el resultado de tendencias foráneas. Es la respuesta racional del mercado frente a la realidad de que, gracias a la política, Chile dejó de ser un alumno responsable en la región.