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Editorial
Martes 21 de septiembre de 2021
China, el TPP11 y Chile
"Sería paradójico que nuestro país buscara establecer constitucionalmente un modelo autárquico desechado incluso por la principal potencia comunista del mundo".
La solicitud realizada por China para incorporarse al TPP11 marca un hito en la dinámica de las relaciones comerciales y geopolíticas en el mundo. La disponibilidad del gobierno de Xi Jinping —en medio de tensiones militares y políticas con Estados Unidos, el Reino Unido y Australia— envía una señal de integración a la zona de libre comercio más importante del planeta. Sea motivada por razones estratégicas o de convicción, esta postulación deja así en claro la intención de China de no dejarse aislar en materia económica.
Constituye esta una muy buena noticia. La creciente tensión económica entre Beijing y Washington tiene múltiples aristas, una de las cuales es la disputa por estándares comerciales y de inversión internacionales. China ha reclamado que el conjunto de reglas con que operan los países en el concierto internacional obedece a una estructura dominada por Estados Unidos; su interés por imponer nuevos criterios en las relaciones bilaterales que mezclan ingredientes económicos y políticos —privilegiando relaciones Estado a Estado— representa una modificación sustantiva a tal esquema. Esta pretendida nueva estructura otorgaría claras ventajas a China, considerando su tamaño y la homogeneidad de su liderazgo político. En este contexto, la voluntad de incorporarse al TPP da cuenta de que aun para el gigante asiático resulta difícil obviar el esquema que domina las relaciones económicas en el mundo.
Son insoslayables las lecciones para Chile de esta postulación. Mientras China y el Reino Unido han anunciado su interés por entrar al TPP en los últimos meses, la aprobación en el Congreso de este acuerdo se encuentra paralizada por razones inentendibles. Se ha pretendido justificar la oposición a este tratado afirmando que limitaría gravemente la implementación de políticas públicas por parte de gobiernos que pretendan impulsar reformas profundas en el país. Tal argumento se cae por sí solo frente a un hecho como la postulación de China, país con los mayores grados de intervención económica y que por cierto no estaría dispuesto a entregar su soberanía de manera tan fácil. También se ha señalado por el Frente Amplio y el Partido Comunista, así como por su candidato presidencial, Gabriel Boric, que no correspondería la ratificación de este tratado mientras se encuentre abierta la discusión de la nueva Carta Fundamental, puesto que el debate estratégico sobre el modelo de desarrollo “es parte esencial del proceso constituyente”. Se trata de un argumento difícilmente comprensible, a menos que se aspire a que la Convención modifique elementos sustanciales de las reglas económicas internacionales, como los principios de no discriminación arbitraria o la expropiación sin debida recompensa. Sería paradójico, sin embargo, que Chile buscara establecer constitucionalmente un modelo de desarrollo autárquico desechado incluso por la potencia comunista más importante del mundo. Casi tan desmesurada como aquello es la pretensión de mantener congelada nuestra política internacional y perder importantes oportunidades para el país, a la espera de que termine la discusión de la futura Carta Fundamental.
Mientras las principales economías del mundo buscan ingresar a un pacto que congrega los grandes flujos de comercio e inversión mundial, la izquierda chilena tiene paralizada su aprobación, y amenaza además —según plantea el programa presidencial de Boric— con una revisión de todos los tratados de comercio e inversión firmados por Chile. Así, en un momento crucial, en que se discuten las reglas comerciales en el mundo —tema especialmente sensible para un país pequeño y abierto—, Chile, unilateralmente, se resta de ese foro basándose en una fracasada visión proteccionista y un latinoamericanismo dudoso. El que, además de la izquierda dura y de su candidato, se haya sumado a esta posición una parte de la centroizquierda solo da cuenta de la situación de bancarrota ideológica en que se halla sumido un mismo sector que en el pasado impulsó con entusiasmo nuestra integración al mundo.