Recientemente, se cumplieron 200 años de la muerte del padre de la Patria José Miguel Carrera. En una emocionante ceremonia, realizada en El Monte, donde se ubica la casa familiar de los Carrera Verdugo, reflexionamos sobre las lecciones que nos legó para el Chile de hoy, a cuya formación contribuyó, entregando su juventud, sus ideales y su vida.
Carrera no fue un personaje que ingresó a la historia como producto de la casualidad o por hechos ajenos a su voluntad. Se preparó, conoció, indagó, estudió y soñó con un país que instaló primero en su corazón, para después trabajar en su contribución independentista. Un líder auténtico primero tiene que formarse, para luego entregarse.
Su conocimiento permitió que su nombre estuviera indeleblemente ligado a nuestra primera Constitución, definiendo los derechos y deberes que corresponden a ciudadanos de una República libertaria y civilizada. Fue precursor de la educación de calidad, encomendada a las religiosas y en la creación del Instituto Nacional, que lleva su nombre. La influencia de los hermanos Carrera en educación también es reconocida: el Liceo Nº 1 de Niñas lleva el nombre de Javiera Carrera.
Qué doloroso sería para Carrera ver que hoy existen arremetidas ideológicas, contrarias a la familia, que pretenden quitar el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos y refundar nuestra Patria, que debemos a nuestros antepasados. La República de Chile no necesita ser refundada, sino constantemente mejorada.
La auténtica autoridad, enseñaba Carrera, es la que viene del servicio a los demás. La doctrina cristiana enseña que toda autoridad proviene de Dios. Lamentablemente, en la práctica, ello no significa que se ejerza siempre al modo de Dios, es decir, promoviendo la vida, haciendo que la vida engendrada primero nazca, crezca, se desarrolle desde el lugar más seguro que tiene un ser inocente e indefenso: el vientre de la mamá. Permitiendo así, después, que la persona alcance la estatura de hijo adoptivo de Dios. “Autoridad”, etimológicamente, significa nada menos que ser autor del ser de otro, hacerlo crecer. El mundo necesita autoridad en este sentido y bajo este concepto.
Es hermosa la vocación de ser autoridad o pastor. Pero también es lamentable el creciente desprestigio de la autoridad, así como la lenta pero gradual renuncia a ser tal. Sabemos cuán lamentable es para el desarrollo de la vida de fe de los niños, adolescentes y jóvenes la falta de referentes paternos y de auténticas autoridades que “hagan crecer”. Sabemos, también, cuán pernicioso es para nuestra Patria un cierto desprestigio del servicio público y político, a veces con base en la realidad, a veces interesada y artificialmente alimentado. Es responsabilidad de todos los que son autoridades con mandato de la ciudadanía, superando los partidismos e ideologías, procurar ser los “éticos” de la “polis”, es decir, los primeros testigos y “hacedores” de la ética de la ciudad.
El cristianismo no es alienación de la historia. La promesa de un futuro que dará plenitud a la persona y a la historia nos compromete a hacer presente en el “aquí y ahora” esos valores y esa realidad que nos ha prometido el Señor Jesús.
Al llegar septiembre, orar por la Patria es poner a Dios en el centro de nuestros esfuerzos y proyectos personales y sociales. Él es el Señor de la historia. Debemos dejar que Dios sea Dios. Que tenga un lugar y una palabra que decir, porque como decía el Papa San Pablo VI: “cuando el hombre construye un mundo sin Dios, ese mundo terminará por revertirse contra el hombre”. Por eso una Patria sin Dios puede ser un conglomerado o un grupo, pero no puede estimarse como Patria, porque carecería de alma.
El recordado cardenal Raúl Silva Henríquez se refería asiduamente a este concepto del “alma de Chile”. Nos decía: “La Patria no se inventa ni trasplanta porque es fundamentalmente alma; alma colectiva de un pueblo, consenso y comunión de espíritus que no se puede violentar ni torcer, ni tampoco crear por voluntad de unos pocos”. La Patria es de todos, no de unos pocos.
Somos testigos de tantas cosmovisiones, ideologías y doctrinas que, en el pasado remoto o reciente, aquí o en otras latitudes, creían que sus proyectos descansaban en un cierto señorío sobre la historia. Ha sido la misma historia la que ha desmentido, con lamentables hechos, esa pretensión idolátrica y absurda que ha dejado en los caminos de la vida tantas víctimas inocentes, cuya voz clama al cielo.
Esperemos que los legados de los auténticos padres de la Patria, con todas sus diferencias, que fundaron la única República de Chile, los de ayer y del reciente pasado, sean fuente de inspiración para el país que queremos. El último domingo de septiembre los creyentes nos encomendamos a la Madre de Chile, Nuestra Señora del Carmen.
Cristián Contreras Villarroel
Obispo de Melipilla