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Editorial
Viernes 17 de septiembre de 2021
La política y los dilemas epistémicos
"Es el impacto cognitivo que generan los conceptos el que desencadena las emociones que conectan o desconectan al ciudadano con los líderes políticos".
Un creciente grupo de analistas advierte que la política contemporánea está cada vez más dominada por las emociones de quienes participan en ella, sean estos ciudadanos electores o dirigentes. La conexión emocional que estos últimos logren respecto de las quejas, injusticias o malestares que los primeros albergan, les otorgará ventajas al momento de solicitar su adhesión o su voto. Ello explica, en parte, la dificultad para entender la política actual en términos doctrinarios, normalmente ligados a construcciones argumentativas abstractas. Pero, a su vez, esas reacciones emocionales dependen del lenguaje que se use para describir la sociedad, para explicar las causas que la han llevado a ese estado de cosas y para representar los malestares y anhelos de la población. En otras palabras, es el impacto cognitivo que generan los conceptos utilizados el que desencadena las emociones que conectan o desconectan al ciudadano con los líderes políticos.
Por otra parte, la realidad contemporánea se ha hecho progresivamente más compleja, pues nuevas tecnologías dan lugar a nuevas posibilidades de interacción, en un mundo ya fuertemente interconectado, pero que, simultáneamente, se manifiesta de manera multicultural. Comprenderlo requiere sofisticados análisis de sus partes constitutivas, cada una de las cuales tiene su propia complejidad. Quienes disectan esa realidad —cientistas sociales, pensadores humanistas o filósofos— tienden a especializarse en ellas, muchas veces perdiendo conexión entre sí. Esa hiperespecialización, a la que se refirió el filósofo argentino Alejandro Vigo en reciente entrevista con Artes y Letras de “El Mercurio”, genera una suerte de partición del conocimiento en silos separados. Dicho efecto es inducido, a su vez, por el sistema universitario, que genera conocimiento en torno a facultades y departamentos dedicados a temas específicos. Como resultado, la necesaria visión de conjunto de la realidad, que, al fin y al cabo, es una sola, se ve dificultada. Por su parte, los esfuerzos por alejarse de la hiperespecialización, para examinar la realidad como un todo de manera multidisciplinaria, constatan la complejidad que ella trasunta.
Así, para la academia, ese escenario plantea un dilema epistémico: ¿conocimiento hiperespecializado o unificado? En cambio, para la política, que requiere de mensajes simples, expresados en un lenguaje que apele a las emociones del electorado y que conecte con sus malestares y anhelos, eso la hace alejarse de las descripciones más precisas de la realidad. En efecto, de un lado, a la política no le interesan las intrincadas disquisiciones de la hiperespecialización, y de otro, no le sirven las complejidades asociadas a los esfuerzos unificadores multidisciplinarios.
En esas condiciones, el Estado de Derecho, una construcción intelectual cuyas instituciones se fundan en cuidadosos análisis de la realidad y en las consecuencias que de ellas surjan, puede fácilmente verse superado. Ciudadanos estimulados por líderes políticos o comunitarios que utilicen un lenguaje que conecte emocionalmente con sus frustraciones y malestares, o con sus anhelos insatisfechos, y que empleen las redes sociales, que facilitan la instantaneidad y universalidad de la comunicación, pueden generar el ambiente de anomia que se advierte en nuestro país desde hace un tiempo.
La simpleza de los mensajes políticos que consiguen eso contrasta, sin embargo, con la complejidad de las realidades subyacentes. Conciliar ambos esquemas es un problema mayor, cuya solución constituye un inmenso desafío para las democracias representativas, amagadas de un lado por un populismo autoritario y de otro por un iliberalismo asfixiante.