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Editorial
Jueves 29 de julio de 2021
Instituto Nacional, toma permanente
Resulta ya imposible creer que la situación de violencia en el establecimiento sea producto de actos circunstanciales y desorganizados.
Durante gran parte de nuestra historia republicana, el Instituto Nacional fue un pilar de la educación pública. Por sus aulas pasaron 18 presidentes de la República de Chile (17 como alumnos y uno como docente) y uno del Perú (Manuel Pardo y Lavalle, 1872-76), más gran número de premios nacionales en distintos campos. Su insostenible situación actual, resultado de más de una década de organizada demolición de su calidad y principios, amenaza la propia factibilidad de su proyecto.
En función de los hechos observados por años, es imposible ya creer que la situación de violencia dentro del establecimiento sea producto de actos circunstanciales y desorganizados. La historia de la república es clara en señalar que el Instituto Nacional fue siempre un centro de álgido debate para su comunidad. Sin embargo, el proceso de normalización de las tomas —las que incluso fueron inicialmente avaladas por la exalcaldesa Carolina Tohá si es que eran el resultado de una votación mayoritaria— dio luego paso a actos de inaceptable violencia. Desde la quema de estandartes por parte de alumnos hasta la presencia de vándalos vestidos con overoles blancos sobre los techos del recinto, pasando por la quema organizada de salas de clases y oficinas, y un sinnúmero de otros planificados actos de violencia, son todas señales de un ambiente cultural más cercano al lumpen que al de una comunidad escolar.
Consistente con ello, los resultados de los procesos de postulación durante la última década han dado cuenta de una entendible pérdida de interés de las familias de clase media por acceder a lo que en su momento fue una potente escalera de movilidad social. Mientras que a principios de la década los postulantes superaban en casi 10 veces los cupos disponibles, en los últimos años el proceso ha dejado incluso vacantes. Es posible que la transformación del colegio en mixto aumente en algo el interés —y quizás también incida en alguna atenuación de la violencia—, pero la toma producida esta semana demuestra que el problema de involución cultural continúa.
El progresivo silencio de los padres frente a estos actos requiere atención. La estratégica idea de constituir distintos centros de apoderados dentro del Instituto puede haber incidido en este resultado. Se agregan otras dos y no excluyentes interpretaciones. La primera es la posible frustración ante la imposibilidad de las autoridades del colegio y del sostenedor (el municipio de Santiago) para terminar con la violencia. La otra es la posibilidad de que un grupo de los mismos apoderados pueda estar avalando las conductas que se observan en el establecimiento. Ambas hipótesis son en extremo delicadas, pero merecen atención.
También cabe una reflexión respecto de la reacción de algunos docentes. Es difícil imaginar a maestros comprometidos con la educación pública de calidad soportando las constantes tomas e indisciplinas de sus alumnos. Así, frente al gradual alejamiento de un grupo de maestros históricos en los últimos años, la gravedad de los hechos obliga a preguntarse si sus reemplazantes han estado a la altura de las circunstancias o si han terminado siendo funcionales a este estado de cosas. Se trata de un segundo tema complejo, pero que no es posible obviar.
El desafío es entonces mayor para la nueva alcaldesa de Santiago, Irací Hassler (PC). La toma de esta semana constituye una primera alerta de que el discurso impulsado por grupos de extrema izquierda y anarquistas se ajusta a cualquier tipo de circunstancias con tal de bloquear el proceso educativo y continuar con la destrucción del liceo. Más allá de esperables declaraciones culpando a las administraciones previas, le corresponderá asumir su responsabilidad en la normalización del proceso educativo en los colegios dependientes del municipio y, en particular, del Instituto Nacional. Egresada de un colegio particular pagado muy distinto a la realidad del Nacional, tal vez su experiencia como dirigenta universitaria y su afiliación al Partido Comunista —conglomerado que se ha mostrado reacio a condenar la violencia y que suele promover manifestaciones estudiantiles de todo orden— le entreguen herramientas para acometer esta difícil tarea. Como sea, cada vez más, la toma del Instituto Nacional parece volverse permanente y la desesperanza, total.