Señor Director:

Es como si recién los chilenos nos hubiéramos enterado de que los mapuches existen. Que son un pueblo. Que tienen una lengua y una visión del mundo propia de los pueblos originarios. Opuesta a la nuestra en el espacio y el tiempo. Que habitaron este territorio mucho antes que nosotros, que son nuestros ancestros y a los que nos cabe respetar. Escucharlos. En medio de esta era de la codicia, donde el ser humano depredó los recursos naturales, son ellos los que nos pueden recordar el antiguo pacto de la reciprocidad universal con la madre tierra. Yo te doy, tú me das. Pero la engañamos y nos engañamos extrayendo de ella hasta el último suspiro. Secándola, horadándola, maltratándola.

Los mapuches no aspiran a ser millonarios. Algunos habrá. Pero cada cual con su ruka y cada cual con su tierra, trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Tienen mucho que enseñarnos en estos tiempos de crisis donde el modelo neoliberal comienza a expirar.

Don Anselmo tenía cuatro hectáreas, cultivaba una y a las demás las dejaba descansar. Llegó el jutre y le dijo que por qué no las hacía producir todas.

¿Qué hago con lo que no necesito?

Se construye un silo y lo guarda.

¿Y qué voy a hacer el próximo año entonces?

El trabajo no es una carga, sino un quehacer.

No los conocemos. No los comprendemos. Tampoco los queremos, menos ahora que finalmente estalló la guerra en Arauco.

Para muy pocos es una sorpresa. Se veía venir. Despojados de sus tierras por el Estado chileno, disminuidos al diez por ciento en las bien llamadas “Reducciones”. Feos, flojos, borrachos, indiecitos molestosos, a los que hay que acallar con Fuerzas Especiales y armamento de guerra. ¿Qué esperaban? Cambiaron los tiempos. La presidenta de la Convención que redactará la nueva Constitución es una mujer mapuche, Elisa Loncón, a quien reconocen tirios y troyanos, aunque sea a su pesar.

En 1992, cuando se cumplían 500 años de la invasión europea, publiqué mi libro “Mapuche Gente de la Tierra”, reeditado en 2001 y en 2010, con el título “Un Pueblo sin Estado”. Había retornado la democracia y podía elegir dónde trabajar en los “medios”, pero preferí lanzarme al abordaje de los pueblos originarios. Sin salvavidas. A pulso viajé y viví con ellos sin apoyo de nadie. Los libros los imprimí y los publiqué por cuenta propia, creando un sello editorial. A nadie le interesaban demasiado. Me imagino que nunca recuperaré la inversión en dinero, pero me abrió un mundo que superó cualquier expectativa.

Son un pueblo y ya está bueno. Chile es un país plurinacional y multicultural y eso nos enriquece. En las escuelas sería bueno que enseñaran mapudungun. Una lengua de poesía.

Malú Sierra
Periodista