Empecemos con la certeza. Después de la última cuádruple elección, podemos asumir como cierto que los actores que modelarán el futuro del país son sustancialmente diferentes a quienes gobernaron los últimos treinta años. En este período, el país fue gobernado y su rumbo determinado por los partidos de las llamadas centroderecha y centroizquierda —es decir, de la UDI al PS— bajo el alero intelectual de los think tanks de esos grupos.
Estos partidos estuvieron básicamente de acuerdo en la forma democrática representativa de gobierno y en la economía social de mercado. Ellos fueron capaces de generar los treinta años continuos de mayor progreso social y económico que haya conocido la República. Sin embargo, en el interior de la centroizquierda hubo un grupo transversal —los llamados autoflagelantes—, que si bien fueron minoritarios hasta 2010, en la última década se hicieron paulatinamente del poder en sus partidos; hasta lograr que sus colectividades repudiaran el éxito que ellos mismos habían construido.
En la centroderecha, del apoyo a los treinta años, una buena parte de sus líderes se han volcado últimamente hacia un populismo de montonera. En la última elección, los partidos tanto de la centroizquierda como de la centroderecha sufrieron una significativa derrota.
Los que van a fijar el rumbo del nuevo Chile son claramente un grupo nuevo —por qué no decir una nueva generación—, dada la edad de sus más significativos miembros. Son los que hoy tienen el control de la asamblea constituyente y también los más probables ganadores tanto de la mayoría del nuevo Parlamento como de la próxima Presidencia de la República.
Esa es la certeza: hay una nueva generación que ha tomado el control político de Chile; nos guste o no a los mayores.
La duda empieza al tratar de contestar la pregunta acerca de lo que hará este grupo con el poder que ha adquirido. Aquí solo cabe especular, ya que no son un conjunto homogéneo ni tienen un ideario escrito conocido, como lo tienen los partidos políticos tradicionales. Como la mayoría de sus miembros son nuevos en el ámbito político, no es fácil inferir el comportamiento futuro de ellos a través de sus historias. Lo que los une es un conjunto de planteamientos y deseos bastante heterogéneos e inorgánicos; pero con un factor común, que es el repudio de los treinta años.
Analicemos primero la alternativa optimista. Estos jóvenes tienen la oportunidad maravillosa de sentar las bases para un nuevo Chile: más próspero, más justo, más inclusivo. Es decir, lograr un mejor país que el que les estamos legando los mayores. Si se implementara un moderno Estado de Bienestar, sentiríamos que vivimos en un Estado más solidario. Si se profesionalizara y respaldara a las policías, todos viviríamos más seguros. Si decidieran priorizar el gasto fiscal en educación, reorientándolo desde las universidades hacia las escuelas donde se educan los más pobres, lograríamos un avance social desde abajo, mejorando la distribución del ingreso. Si realizaran una profunda reforma tributaria, terminando con las exenciones y los privilegios, nos sentiríamos que vivimos en un país más igualitario. Si implementaran una política ambiental técnicamente diseñada, viviríamos en un país más saludable. En fin, si eligieran tomar como camino a seguir los ejemplos de las democracias como Australia, Nueva Zelandia o los escandinavos, todos debiéramos estar apoyando a estos jóvenes.
La alternativa pesimista surge de los mensajes expuestos por varios de sus personeros, especialmente algunos jóvenes exaltados. Esta alternativa es retornar a las prácticas de los años sesenta del siglo pasado. Sus características más salientes son: volver al Estado empresario; fijar los precios; volver al sistema previsional de reparto; inflexibilizar la contratación laboral; usar el Banco Central como caja pagadora; implementar el sindicalismo por ramas; bloquear la apertura al exterior y repudiar los Tratados de Libre Comercio; priorizar la educación universitaria versus la escolar y técnica, etcétera. Así terminaríamos con un país más pobre, más desigual y sobre todo más frustrado.
La oportunidad del progreso está hoy en nuevas manos. El mensaje que los mayores les podemos transmitir es que usen ese poder mirando el futuro y no el pasado, imitando las mejores prácticas mundiales y que se olviden de las viejas ideologías que tanto daño les han causado a los países en vías de desarrollo.
Álvaro Covarrubias Risopatrón