Lo que acaba de ocurrir con la elección de gobernadores insinúa la reiteración de lo que ya ocurrió alguna vez en los años sesenta.
En esos años —en 1964, para ser más preciso— el llamado Estado de compromiso comenzaba a mostrar sus insuficiencias o, mejor dicho, ponía de manifiesto la incapacidad de las fuerzas políticas para resolverlas. La literatura llama Estado de compromiso a un ciclo de cuarenta años (comenzó el año 32 con la vigencia de la Constitución de 1925), cuyo principal desafío fue lo que a inicios del siglo se llamó la “cuestión social”: la incorporación de los intereses del proletariado urbano y rural a los frutos de un desarrollo que se mostraba insuficiente. Como la derecha actuó como un bloque ciego a los desafíos que planteaba la estructura social, el resultado del proceso fue que quedó sin fuerzas y su electorado debió volcarse entonces a la Decé, confiando encontrar en ella al centro.
Pero la Decé ya había dejado el centro. Se había volcado a la izquierda.
Hoy día la situación es más o menos parecida.
Pero solo más o menos.
Como lo muestra esta elección de gobernadores, la derecha ha perdido fuerza como consecuencia de su incapacidad de erigir una agenda que resuelva las patologías de la modernización. Y así la ciudadanía ha elegido entre la izquierda de rasgos socialdemócratas y la izquierda de más a la izquierda. Y como lo muestra la Región Metropolitana, la derecha —concebida como un voto de clase— se volcó a la Decé.
Parece el perfecto remedo de lo que ocurrió en los sesenta.
Hay, sin embargo, una diferencia fundamental.
En los sesenta la derecha carecía de candidato (tenía uno que arrojó rápidamente por la borda para apoyar a Frei) y la izquierda contaba con uno o con dos. Hoy día la situación es distinta. La derecha (la misma que acaba de perder en la elección de gobernadores) tiene candidatos y uno de ellos, muy fuerte; en cambio, la centroizquierda (la misma que acaba de ganar en la elección de gobernadores) parece no tener ninguno o ninguna para ser más exactos.
El resto de los factores son muy parecidos. La derecha que se agotó hacia el término del Estado de compromiso hoy arriesga el mismo resultado de entonces (especialmente si persiste en su incapacidad de explicar los problemas y los desafíos de la modernización de una forma que haga sentido a las mayorías). Y si nada cambia, parece condenada a elegir lo que desde su punto de vista sería el menor de los males: la candidatura de la Decé.
Una candidatura que, sin embargo, y al igual como ocurrió en los sesenta, ya no parece dispuesta a ocupar el centro.
Pero hay un factor que podría evitar que el déjà vu sea una repetición.
Si al final del Estado de compromiso la derecha se recluyó en sí misma, y se irguió como una fuerza incapaz de advertir lo que entonces se llamó el desarrollo del subdesarrollo, su única alternativa hoy es elaborar una agenda que explicite los desafíos que la modernización deja pendientes (más allá de repetir una y otra vez las ofertas de matinal relativas al 10%) y moverse al centro.
Es probable que si ello ocurre, la candidatura de la centroizquierda (a estas alturas parece obvio el nombre de Yasna Provoste) también se mueva al mismo sitio. Así, el resultado sería solo parecido al de los sesenta: la derecha podría apoyar en segunda vuelta a la Decé (o viceversa); pero ello sería el resultado de coincidir en algunas ideas y no simplemente la confesión de un fracaso.
Carlos Peña