Las crisis sociales como la de 2019 deben verse más allá de los números y encuestas, deben comprenderse también desde los sentimientos colectivos. En el OCCS, Observatorio de Cultura, Consumo y Sociedad de la Facultad de Comunicaciones de la UC, realizamos durante 2019-2020 estudios etno y netnográficos, para entender Chile desde otra mirada.
Proponemos la ecpatía —acción voluntaria de no empatizar— de las élites dirigentes con la ciudadanía como una de las causas de la ruptura, que se expresó en las ideas de dignidad, necesidad y ansiedad. Malestares muy distintos, pero con una misma expresión popular aglomerada. Aglomerada, pero no masiva.
En las calles y redes, el clamor por dignidad fue masivo, emocional y ritualista, marcado por el malestar popular y la re-dignificación de las vidas, y devino en marchas masivas, pero también en destrozos, vandalismos y enfrentamientos. La ruptura de la necesidad fue un fenómeno solitario y pandémico asociado al duelo, el miedo y la enfermedad. Cacerolazos, activismos digitales y funas a quienes actuaron con ecpatía frente al dolor del otro. La ansiedad, finalmente, estuvo marcada por la nostalgia de la épica colectiva, de la vida pre-pandemia, basada en ansias de un relato épico, de héroes y heroínas reivindicativos.
El estallido social ha sido mayormente abordado desde la rabia, el malestar y el descontento social, con activismos transversales (Ni una menos), mezclados con causas individuales. Colectivos emergentes previamente organizados en torno al clima, ecología, pensiones, enfermos, animalistas, LQTBQ+, geroactivistas, grupos étnico-raciales, etcétera, se sumaron con logística previa, redes sociales activas y know-how activista. Como telón de fondo, la desconfianza propia del ciudadano-consumidor: percepción de fraude, injusticia, desproporcionalidad y cuestionamientos al valor simbólico y material de la vida contemporánea (Hasta que valga la pena vivir) y a las percepciones de fracaso y desigualdades en el recorrido personal frente a las promesas de la sociedad de consumo (No vale la pena).
Como respuesta, lejos de la empatía y valoración anhelada, encontraron discursos de ecpatía social de élites desafectadas de las luchas diarias. Estallaron las rabias y los resentimientos, pero también gritos de revalorización de la vida y la dignidad.
Una de las principales razones esgrimidas en el origen de la disrupción es la incongruencia entre lo prometido y lo recibido por el modelo social, el cual aseguraba un empoderamiento desde el consumo individual y una felicidad continua. Al no conseguirse, la frustración terminó siendo expresada —paradojalmente— en un rito de lo colectivo, con consignas e íconos presentes en las últimas votaciones.
La crisis social y la pandemia juntaron dos mundos de expresión distintos que tienden a ser confundidos por su simultaneidad: Expresiones de rabia: destrucción, cancelación, evasión, desafección, desinterés y desidia (A nadie le importa lo que nos pase) y expresiones colectivas sobre el valor de la vida, discursos filosóficos sobre el sentido existencial e idealismos utópicos en gestación (retorno a la naturaleza, oportunidad de empezar desde cero, “Big Reset”), y crisis de dolores individuales.
Muchos se han quedado en el análisis de la primera expresión, porque fue destructiva, violenta, reprimida y mediática. Se politizó y judicializó. Es en la segunda expresión, sin embargo, donde están las posibilidades para proyectar la evolución de la crisis social. Ahí se encuentra la épica heroica del movimiento popular desde el cuidado y la colaboración (El “pueblo ayuda al pueblo”, por ejemplo, en las ollas comunes). El héroe o la heroína cotidianos, el sentimiento de sobrevivencia y de lucha diaria no reconocida, que se encarna en una causa concreta, temática o territorial, que unifica sentires antes individuales.
Hace unas semanas, unos votaron por una determinada épica, otros por rabia y algunos por miedo. La izquierda, motivada por la épica y la rabia; la derecha del Rechazo, por miedo. Finalmente, la derecha del Acuerdo ausente en las votaciones, sin rabia o miedo suficiente para movilizarse.
Distinguir los sentires de los movimientos sociales desmistifica, evita juicios errados y estrategias mal orientadas. Hacia adelante solo queda pensar en los posibles enfoques para generar propuestas que deberían ser desde la resignificación del ciudadano digno y la empatía comunicacional.
Liliana De Simone
Patricio Dussaillant
Claudia LabarcaObservatorio de Consumo, Cultura y Sociedad
Facultad de Comunicaciones UC