Entre lo que caracteriza a los independientes -en especial a la Lista del Pueblo- parece, a primera vista, haber pocos rasgos comunes.
Y siendo ellos una fuerza política relevante, hay que hacer el esfuerzo de comprenderla. Esa es la única forma de tratarlos con el mismo respeto y consideración que merecen todas las fuerzas que han logrado la adhesión de la voluntad popular.
Por supuesto la adhesión popular no es una garantía epistémica (no es un fundamento para sostener que sus puntos de vista son más correctos que los de la minoría o de los que sostenga cualquier otro grupo), pero se trata de un principio de legitimidad, que dota a la Lista del Pueblo de un especial papel en la convención que obliga a atender con deferencia sus demandas (es decir, someterlas al debate racional: después de los votos llegará la hora de las razones, de los inevitables acuerdos).
¿Qué rasgos acusa esa lista que ayudarían a comprenderla?
Entre lo que los caracteriza hay algunos rasgos obvios, pero por lo pronto son puramente formales (no adhieren a los partidos), carecen de sentido compartido (no parece haber orientación ideológica común),y en general, por principio, rechazan los partidos. Los rechazan porque parecen ver en ellos la confirmación, una y otra vez de la ley de hierro de las oligarquías. Quién dice organización -dijo Robert Michels- dice la organización de una aristocracia que se vuelve autorreferente y sirve sus propios intereses. Este parece ser el punto de vista de la Lista del Pueblo respecto de los partidos de derecha y de izquierda en Chile. Boric, Jadue, Muñoz, Narvaéz, Lavín, Sichel, serían eso, miembros de una oligarquía partidaria que se reproduce a si misma.
Y luego lo más obvio -que en cierta medida se sigue de lo anterior, es que se trata de un grupo que pretende o presume representarse asimismo, sin mediación de nadie.Contribuye a ello el hecho que sus miembros poseen un origen de clase compartido con historias similares y si bien han disfrutado o experimentado alguna de las mejoras de la modernización la ven ajena y lejana, no hay en ellos a diferencia de otro grupo de independientes ningun tinte paternalista o de protección, una actitud asistencialista, evangélica, o algo semejante, tampoco hay un discurso por decirlo así de clase, entendida como un grupo que posee el mismo ethos e igual destino histórico.
Desde este punto de vista podría decirse que la Lista del Pueblo en particular es una formación reactiva a las actitudes distantes, tecnocráticas y hasta cierto punto paternalistas, de los partidos.
A lo anterior habría que agregar que la Lista del Pueblo en especial parece descreer muy profundamente de la democracia representativa, es decir, de la mediación entre su propia demanda o los intereses de las mayoría populares que esgrime, por una parte, y el poder del Estado o del sistema político, por la otra. Ha contribuido a ello sin duda la falta de reconocimiento de las trayectorias vitales de esos grupos, en los que se entrelazan el progreso y la desilusión, la esperanza y el desengaño.
Lo anterior podía llevar a pensar que se trata de un grupo de personas que posee una alta y muy aguda conciencia de clase, es decir, la convicción de que conforman un grupo que poseyendo la misma base material de existencia creen estar llamados a una misma historia, cuyas individualidades, lo quieran o no participan de ella. Pero no parece ser ese el caso.
Se trata de un grupo -el de la Lista del Pueblo- que comparte la misma memoria de su propia existencia, y si bien ellos han alcanzado mayores niveles educativos y de bienestar (como lo muestran algunos de sus dirigentes), tienen la virtud -porque con confusiones y todo esta es una virtud estimable- son capaces de reconocerse en aquellos que han quedado atrás.
Carlos Peña