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Cartas
Martes 20 de abril de 2021
Cámaras apagadas
Señor Director:
En este tiempo se ha hecho evidente la presencialidad real como una de las condiciones para que el proceso de enseñanza-aprendizaje no se vea socavado desde sus raíces. Es cierto que las clases virtuales están siendo el andamiaje sustituto con que contamos, pues, “sin conexión no hay educación”. Los profesores están haciendo un esfuerzo gigantesco con sus clases. Pero las energías empiezan a ser carcomidas cuando en una clase se ven algunos “rostros encendidos” y otro cuadros con el nombre de pila flotando en un fondo negro.
Los profesores no “dictamos” clases, “hacemos clases” con estudiantes activos y participativos, que con su mirada van dando feedback, tensión creativa y dinamismo a la clase, con micrófonos que se abren y alumnos que preguntan, debaten o profundizan el tema de la clase; en una clase viva seguimos el pulso del aprendizaje, retroalimentamos, conocemos a los estudiantes, lo que inquieren, lo que requieren de nosotros; pero una pantalla negra “se recibe” como ausencia.
Tema complejo, pues sabemos de la inestabilidad de conexión, incomodidad de compartir el ambiente personal, miedo a los memes y burlas, fatiga virtual… Clases sin rostros y poca participación no generan los vínculos esenciales propios del proceso educativo. Cada cámara apagada genera estrés en el docente: ¿Están ahí? ¿Están escuchando? ¿Están aprendiendo? Ser profesor en tiempos de pandemia no es fácil, por eso, si los alumnos pueden prender su cámara, háganlo, el desierto no es el mejor lugar para enseñar.
M. Solange Favereau C.
Académica Facultad de Educación
Universidad de los Andes