El entrenador de Unión Española, Jorge Pellicer, explicó que el volante Benjamín Galdames no jugó el último partido contra Melipilla —que los hispanos perdieron 2-0— por una decisión ajena a su voluntad: fue desautorizado por la cúpula del cuadro de colonia debido a que el futbolista de 20 años se negó a firmar la renovación de su contrato. “Lo tenía considerado como titular, pero el directorio me dio la instrucción de no alinearlo por su problema contractual”, admitió el DT.
Se trata de una práctica extendida entre los clubes: presionar hasta expoliar la dignidad de sus futbolistas para que procedan de acuerdo a los intereses de la “institución” y bajo la amenaza de quitarles la sal y el agua si no hacen lo que el club les pide.
Lo que marca la diferencia en este caso es el reconocimiento de Pellicer, porque es inusual que los técnicos confiesen públicamente las razones cuando marginan pupilos por causas distintas del rendimiento deportivo: la mayoría voltea la mirada, otorga con el silencio o justifica la decisión directiva con su servilismo.
Es legítimo que los equipos pretendan recuperar la inversión y obtener pingües ganancias con los jugadores forjados en sus canteras. Porque así funciona la industria del millonario mercado del fútbol profesional en el mundo. Sin embargo, algunos clubes ejercen ese derecho como si vivieran en el medioevo, como amos de un universo sin disenso que se ordena y desordena según los impulsos y los designios del todopoderoso señor feudal.
Es Unión Española, que suma casi tres lustros conviviendo con las críticas por el vasallaje que dispensa a los amigos, a los enemigos y ni decir a sus empleados. Faltaría espacio para enumerar el listado de quienes se sintieron agraviados por su trato. Pero basta repasar los primeros meses de 2021 para redescubrir que la tradición no cambia en el feudo hispano: está el caso Galdames que motiva la reflexión, la desconcertante salida del técnico Ronald Fuentes 27 días después de renovar su contrato y la confesión en el diario La Tercera del técnico de la Sub 16, José Luis Sánchez, quien expuso el abandono y el drama que viven sus técnicos de menores desde que estalló la crisis pandémica.
Si es censurable el ejemplo que regaló Unión Española durante la última semana, ni hablar del rodaje que protagoniza Unión La Calera en el bochornoso capítulo de la suplantación de identidad del portero Alexis Martín Arias en cuatro exámenes de PCR realizados en noviembre pasado. Sí: en cuatro exámenes.
La fiscalía de Viña del Mar, que mañana formalizará al ciudadano argentino Nicolás Ambrosio por usurpación de identidad y peligro a la salud pública, también denunció al arquero calerano y al gerente del club Martín Iribarne (hasta no hace mucho director de la ANFP), quienes son investigados por su eventual actuación concertada con Ambrosio para obtener resultados negativos para Covid que aseguraron la participación del meta Alexis Martín Arias en los partidos locales e internacionales que entonces disputaba su equipo.
Descontando la gravedad de los cargos, por lo que los involucrados arriesgan sanciones penales, conviene recordar las falsedades que se dijeron cuando estalló el caso a fines del año pasado y la victimización de los responsables asumiendo el delicado problema como una conspiración en su contra. Para qué decir la ANFP, que supuestamente debe velar porque los clubes cumplan los protocolos sanitarios que mandata la autoridad, declaró que “no era un tema de su competencia”. Y a pesar de que las bases del torneo establecen castigos para quienes infringen esos protocolos, el tribunal disciplinario tampoco pudo hacer nada porque “la denuncia contra La Calera fue presentada fuera de plazo”, comunicó en enero pasado.
Una suma cero que agrava las faltas y eleva las sospechas sobre la actuación de todos los protagonistas en esta vergonzosa historia, que amenaza con seguir sonrojando a los caleranos y que reafirma que cuando no existe voluntad política las normas son invisibles e inútiles. Letra muerta sobre una página en blanco que no establece precedentes y que termina normalizando los malos ejemplos y las conductas torcidas.
Felipe VialEditor de Deportes