Nunca es tan crucial el empeño de civilización que se sintetiza en los valores democráticos como en los días en que el temor y la inseguridad tienden a oscurecerlo todo. Ante la pandemia, tenemos que responder con las mejores armas a las que podemos recurrir: el espíritu de comunidad y la racionalidad cívica. Solo así es posible sostener el interés colectivo frente a las múltiples secuelas de la crisis, entre ellas la fatiga emocional, que ha debilitado la disposición de escuchar y dialogar.
Nada es más importante que salvar vidas. El país entero debe apoyar el esfuerzo del sistema de salud para amortiguar los perjuicios causados por un virus que la ciencia no termina de conocer. Tenemos derecho a criticar los errores de las autoridades, pero sería injusto no reconocer lo hecho desde el momento en que el Presidente Piñera atendió las advertencias del exministro Mañalich acerca de lo que venía, lo que permitió adoptar a tiempo las primeras medidas. Fue clave que el mandatario, con el fin de asegurar las vacunas, se comprometiera personalmente en la negociación de los contratos con las farmacéuticas. En este cuadro, hemos podido apreciar cuán valiosa es la experiencia acumulada por el sistema de salud en el plano epidemiológico y de las campañas de inmunización. Eso es parte del patrimonio nacional construido por varias generaciones.
El reconocimiento internacional al proceso de vacunación en Chile ha sido muy amplio. Junto a ello, corresponde destacar las proezas protagonizadas por el personal de salud en todo el territorio, en particular por quienes trabajan en las Unidades de Cuidados Intensivos. Allí se han salvado muchas vidas. Es de justicia decir que el Ministerio de Salud, hoy encabezado por el doctor Enrique Paris, ha realizado una encomiable labor en circunstancias muy complejas. Ello no significa desconocer las insuficiencias, pero se requiere un mínimo de buena voluntad para valorar lo realizado.
Si Chile pudo reaccionar en mejores condiciones que otros países fue, en buena medida, porque tenía reservas a las cuales echar mano. El Estado es solvente en términos financieros debido a los años de disciplina fiscal, y ello posibilitó sostener el esfuerzo en el campo sanitario, transferir ayuda directa a un amplio segmento de la población y apuntalar el aparato productivo. Estamos hablando del país de los 30 años, tan livianamente zaherido, que gracias a sus logros se ganó un buen nombre en el exterior, lo cual permite, entre otras cosas, tener abiertas las puertas del crédito. Chile inspira respeto, y ese es un capital que no puede ser dilapidado.
En este contexto, los líderes políticos deben probar que los mueve algo más que la ansiedad por el poder, que son capaces de trascender las banderías y priorizar el bien común. Deben cooperar con el empeño por acotar los daños y despejar el horizonte. Aunque este sea un año de elecciones, es vital que los partidos actúen con espíritu constructivo. La competencia por los cargos de representación no puede obnubilar a los candidatos hasta el punto de intentar beneficiarse de las dificultades. La politiquería contamina nuestra convivencia y desacredita la función pública.
Más allá de las diferencias entre oficialismo y oposición, por encima de izquierdas y derechas, tenemos deberes comunes que cumplir. Es indispensable contrarrestar los factores de incertidumbre, lo cual exige un inequívoco compromiso de todos los sectores con la estabilidad y la gobernabilidad. Considerando que este año se pondrá en marcha el experimento de la Convención, hay que evitar a toda costa que se produzca un espacio de confusión respecto de las normas constitucionales, cuyo respeto es la base del Estado de Derecho y la garantía de la paz interna.
Para levantar el país, se necesitarán inmensos recursos, pero también unión por encima de los partidismos. Habrá que reforzar la capacidad del Estado para atender los requerimientos que quedarán en el terreno de la salud, la educación, la seguridad social, pero nada de eso será posible sin inversión, crecimiento económico, creación de empleos, pujanza de la sociedad en todos los planos. Requisito de la recuperación es, por supuesto, que el país sea capaz de erradicar la violencia.
Tenemos el deber de pensar en los miles de niños y adolescentes que han abandonado la escuela en el último año. Allí se resume la dimensión de los retos que están por delante. El actual gobierno debe cumplir con sus obligaciones hasta el último día, pero se requiere establecer acuerdos que pongan cimientos firmes para el futuro, o sea, políticas de Estado de ancha base. El país no puede desperdiciar tiempo y recursos en disputas que impidan atender las verdaderas necesidades. Entre todos debemos conseguir que la vida mejore.
Sergio Muñoz Riveros