El valle central de Chile, entidad geográfica contenida entre las cordilleras de los Andes y de la Costa, es una planicie extendida desde la cuesta de Chacabuco hasta el Biobío, que con el tiempo consolidó una particular cultura, sensibilidad y modos de vida asociados principalmente a la producción agropecuaria: un entorno fuertemente interrelacionado con el paisaje de ciudades metropolitanas e intermedias, poblados, equipamientos y núcleos rurales que, entremezclando la ciudad y el campo, conforman un entramado en red.
Una totalidad de territorios, cuyo clima mediterráneo y prácticas sociales asociadas a las tierras que desde el siglo XVI configuraron el Reyno de Chile, logró formar un sincretismo cultural y religioso que ha integrado costumbres rurales y hábitos urbanos, muchos de ellos expresión del folclor, celebraciones e identidad nacional.
De este contexto, rico en patrimonio inmaterial, destaca la Fiesta de Cuasimodo, que tiene lugar el domingo siguiente al de Semana Santa, y que, continuando el rito colonial de llevar la comunión a los enfermos, fue cambiando durante el período independentista hasta llegar hoy como un ceremonial que –con variaciones y adaptaciones locales– se caracteriza por una procesión de huasos y jinetes con banderas que escoltan a caballo el carruaje del sacerdote con el Santísimo y su comitiva, llevando la sagrada hostia a los hogares, por lo que también, con frecuencia, se le llama Corriendo a Cristo.
En esta fiesta –este año suspendida por la pandemia– confluyen Iglesia, municipios, agrupaciones sociales y familias, cuyas comunidades urbanas y rurales se engalanan y ponen en movimiento, incorporando atuendos y ornamentos que acompañan la marcha, colocando en el centro la caridad y cuidado hacia el prójimo, en especial de los más necesitados.
Una muestra más de cohesión y sentimiento popular, manifestado también en el trabajo de las ceramistas Espinoza y hermanas Olmedo de Talagante, quienes capturan en las figuras de loza policromada hechas a mano los personajes que componen la escena religiosa, manteniendo una tradición familiar de distintas generaciones y confirmando así que el patrimonio articula el presente con el pasado.
Podría afirmarse que la solidez de esta fiesta y oficio frente a los avatares de la vida, al igual que las edificaciones que son bienes culturales de una ciudad, es lo que garantiza su pervivencia en el tiempo.