“Si la cabina pierde presión, coloque su propia máscara de oxígeno antes de asistir a los demás”, dice la instrucción que recibimos al subir a un avión. Es así como muchos han justificado, o incluso impulsado, el nacionalismo desatado que ha aflorado con la vacunación del coronavirus.
La diferencia, claro, es que la máscara de oxígeno cae al mismo tiempo para todo el avión, mientras que la vacuna está disponible solo para los países que van en la primera clase.
Como era previsto, y anticipándose a las críticas, los pasajeros premium no han perdido oportunidad para clamar que la vacuna debe ser un Bien Público Global. Un concepto que se ha vuelto recurrente en las últimas declaraciones de los exclusivos clubes que comienzan con la letra G. Sin embargo, la letra chica ya se convirtió en el titular: solo después de haberse vacunado ellos.
Chile, que generalmente viaja con la mayoría, esta vez va sentado adelante. Las gestiones tempranas que hizo el Gobierno, hoy nos convierten en el 4.to país del mundo con el mayor porcentaje de su población inoculada con al menos una dosis.
Sin embargo, lo que para todos ha sido una fuente de orgullo debe ser también la fuente de un nuevo compromiso internacional. Porque mientras un 15,4% de nuestra población ya recibió su primera dosis, 130 países del mundo todavía no tienen vacunas.
Según los últimos informes de la Organización Mundial de la Salud, un quinto de la población mundial no tendrá acceso a las vacunas hasta el 2022 y los países más vulnerables tendrán que esperar hasta el 2024 para alcanzar la inmunización.
Por fortuna, algunos pasajeros con privilegios se dieron cuenta de lo evidente. Ningún país estará seguro hasta que cada país esté seguro. Por ello, el Grupo de los Siete se reunió la semana pasada y acordó entregar 4 mil millones de dólares adicionales para financiar la producción y distribución de vacunas a través de diversas iniciativas, como Covax, que lidera la OMS.
Hoy será el turno de los Líderes de América del Sur. El Presidente Piñera participará en la primera reunión de Prosur del año, volviendo a la mesa como el líder indiscutido de la región en materia de vacunas. Un liderazgo sin duda confirmado por el reciente envío de oxígeno al Perú y el transporte de vacunas a Uruguay.
La pregunta es si el Presidente, además de recibir sus merecidos elogios, asumirá hoy la tarea y el compromiso moral de articular un mecanismo que permita la distribución equitativa de la vacuna en América del Sur.
En primer lugar, estos esfuerzos no pueden depender exclusivamente de arreglos bilaterales, porque arriesgan quedar sujetos a las relaciones personales entre los mandatarios o algún interés diplomático circunstancial. Por ello, frente a la ausencia de un acuerdo internacional que permita distribuir las vacunas en forma equitativa, se requiere la implementación de un esquema regional coordinado por la Organización Panamericana de la Salud, que habilite préstamos, donaciones, compras conjuntas o facilidades de transporte.
Segundo, la cooperación no debe ser solo sobre la base de los excedentes. Porque el tiempo es oro, los países que ya vacunaron a su población vulnerable y grupos prioritarios deben prestar ayuda a aquellos que aún no lo han hecho, incluso antes de finalizar la inoculación de su población de bajo riesgo. Esto es posible, pues Chile tiene vacunas para el 102% de su población; en cambio, Uruguay tiene solo para el 22%, Paraguay el 29% y Perú el 37%.
Tercero, alcanzar acuerdos con los laboratorios para poner fin a los abusos en la fijación de los precios y facilitar los mecanismos de cooperación. A veces, algo tan simple como permutar con otro país la fecha programada de entrega, puede salvar miles de vidas.
La solidaridad internacional debe prevalecer. Solo habremos sido exitosos si el avión aterriza con todos sus pasajeros vivos, y no solo aquellos que van en la primera clase. Para que eso ocurra, las máscaras de oxígeno deben estar disponibles desde la primera a la última fila según la necesidad de los pasajeros y no el precio del boleto.
Benjamín Salas Kantor
Abogado Universidad Católica de Chile