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Cartas
Sábado 24 de octubre de 2020
El Abad Gabriel Guarda O.S.B.
Señor Director:
Rindo tributo de profunda gratitud a un chileno ejemplar que nos ha dejado con la elegancia propia de todos sus actos. En el sueño, y mientras clareaba el alba, en la Abadía Benedictina de Las Condes, su obra arquitectónica magistral —monumento nacional— diseñada junto a su hermano benedictino y también arquitecto Martín Correa Prieto, se ha dormido uno de los hombres más brillantes de este país.
Insigne historiador, arquitecto y maestro de la arquitectura, artista y sabio, pero por sobre todo aquello un hombre de Dios, sencillo y humilde, el Abad Emérito Gabriel Guarda Geywitz ha emprendido el camino hacia la eternidad soñada, en el silencio de esos claustros que cobijaron su vocación, alentaron su pasión por Chile, y prodigaron su fecunda obra literaria y formadora de tantas generaciones a las que guio, iluminó y sirvió, y que hoy lloran su partida.
Un valdiviano ilustre, dotado de un talento y un refinamiento superior, con quien compartí medio siglo de amistad y enseñanzas que marcaron toda una vida.
En una modesta citroneta, allá por los años 70 recorríamos las islas de Chiloé inventariando sus vetustas iglesias para que fuesen declaradas patrimonio nacional; años más tarde, integrando la comisión que construyó la Catedral de Valdivia, para luego compartir con él años maravillosos de su asesoría en nuestra gestión en la Alcaldía de Santiago, como un celoso vigilante de la preservación de nuestro patrimonio arquitectónico, especialmente cuando construimos la actual Plaza de la Constitución, y acometimos todas las obras de restauración de los edificios históricos de la ciudad después del terremoto de 1985, particularmente en la recuperación del Palacio Consistorial, seriamente dañado.
Gabriel Guarda representa lo mejor de un Chile añorado. Precisamente, de su obra y de su testimonio habremos de sacar las fuerzas para levantarnos como país de esta hora crítica, apegados a sus enseñanzas de fe, de hidalguía y de profundo amor por todo lo chileno, como la gran prenda que nos deja este servidor de Dios y de su Patria, y que ahora nos guarda desde la inmortalidad conquistada por su profundo amor a Dios.
Carlos Bombal Otaegui