El plebiscito es una realidad. Los sucesos ocurridos entre el 18 de octubre y el 12 de noviembre del año pasado, con sus múltiples y variadas motivaciones, derivaron finalmente en un acuerdo de todas las fuerzas democráticas para avanzar hacia un cambio de Constitución. Intentar frenar aquello no solo no es posible, sino que, a estas alturas, contraproducente.
Por eso, el sector de la derecha que se presenta ante la ciudadanía como el emblema del Rechazo comete un error. Como todo indica que el Apruebo ganará por amplísima mayoría, se ubicará en el lado equivocado de la historia. Será visto como un grupo que se opone a los cambios, que no tiene empatía con las demandas ciudadanas, y que, más aún, al votar Rechazo, prefiere que no haya Convención Constituyente antes que contribuir a convocarla. En un momento clave para una nueva etapa en la historia del país, esa porción de la derecha quedará encajonada como la fracción de la sociedad que se opuso a participar de ese instante inicial. Eso hará más difícil que su mensaje logre reentusiasmar a la ciudadanía.
Está claro que para muchas personas —no solo de derecha, sino también de otros sectores, para quienes, sumando y restando, el país ha tenido 30 años de exitoso desarrollo— el proceso plebiscitario contiene riesgos e incertidumbres: un Estado de Derecho precariamente defendido, sectores proclives a manifestarse con violencia y muchos eslóganes potencialmente transformables en preceptos constitucionales. Pero la pregunta que esas personas deben hacerse —en particular las de derecha— es: ¿se elimina el malestar de la sociedad oponiéndose a corregir el curso que la propia sociedad reclama, o solo se consigue postergarlo transitoriamente? ¿No es mejor enfrentar los problemas de una buena vez que seguir siendo el opositor a los cambios? ¿No es preferible apoyar la generación de una Convención Constituyente, y a partir de esa apertura, luchar argumentativa y democráticamente por los valores en los que cree se sustenta el progreso de la nación?
Para ese escenario, Chile Vamos debería desplegar desde ya los principios que lo orientan, que no necesariamente son sinónimo de statu quo o de una defensa irrestricta de la Constitución del 80/05. La defensa de la libertad, de la propiedad privada, de un Estado moderno y eficiente, pero con músculo para impulsar sus iniciativas, debiera formar parte central de estos. Ese camino constructivo —que incluye la defensa de la democracia representativa como forma de gobierno, una en la que se permita el libre movimiento, la libre expresión, la libre iniciativa y la libre asociación de las personas— puede sostenerse con mucha más fuerza si inicialmente se tuvo el coraje de enfrentar los cambios votando Apruebo. En cambio, esas mismas banderas pierden fuerza si inicialmente se quiso evitar que esa discusión siquiera tuviera ocasión de darse.
Pero en el debate constitucional existen, además, otros aspectos ideológicos cruciales. Uno de ellos son los “derechos sociales”, bandera central de la izquierda nacional. Fundamental será la capacidad para advertir y persuadir de que se trata de “aspiraciones sociales”, más que de “garantías exigibles judicialmente”, porque su provisión depende mucho más de la riqueza que el país genere que de la generosa redacción con que se incorporen al texto constitucional. De hecho, algunos de los países con mayor número de derechos sociales en su Constitución son Ecuador, Cabo Verde, Venezuela, Armenia, Angola y Brasil, que no se caracterizan por satisfacerlos adecuadamente.
En el debate entre Estado “subsidiario” o “solidario”, resulta evidente reconocer tanto la necesidad de un Estado moderno y poderoso como la de mantener un sano escepticismo respecto de la capacidad que este tiene para resolver adecuadamente y por sí mismo los problemas de las personas. La vieja frase de John Stuart Mill de que el Estado suele intervenir tarde y mal sigue estando presente. También parece necesario advertir de las falsas utopías que al respecto han surgido, y así evitar que una nueva Constitución pueda terminar convirtiéndose en el bastión de su propio desprestigio.
El camino para gran parte de la derecha que hoy está en la trinchera debiese ser salir de ahí, desplegar sus banderas y procurar atraer a la opinión pública con una visión moderna del futuro, una que permita el florecimiento de las potencialidades y el progreso a las personas. Mal que mal, en gran cantidad de los temas contemporáneos la evidencia empírica juega mucho más a su favor que a favor de quienes propugnan ideas opuestas.
Álvaro FischerFrancisco Covarrubias