No puede considerarse una simple coincidencia porque no lo es: que tres de los cuatro entrenadores semifinalistas en la Champions League sean alemanes es la constatación de que un modelo de desarrollo técnico está funcionando. Y claro, hay que prestarle atención.
Es cierto: Thomas Tuchel (PSG), Julian Nagelsmann (Leipzig) y Hans-Dieter Flick (Bayern Munich) difieren o al menos reflejan algunos matices distintos en su filosofía de juego (cada cual pone acentos diferentes y tiene propuestas tácticas diversas). Pero sí hay algo esencial que los une: son representantes fieles de una ideología que los germanos han logrado diseñar en los últimos años y que tiene a los DT de ese país en el punto más alto de la consideración técnica mundial (no hay que olvidar que Jürgen Klopp fascina con su Liverpool en la Premier League y que se anota hoy como, quizás, el número uno del mundo).
Pero para entender qué han hecho los alemanes para llegar a este punto, es preciso intentar descubrir el camino que han recorrido y que, paradójicamente, tiene como signo un aspecto que parecía impropio de ellos: la capacidad de nutrirse de la experiencia foránea. Estudiar de otros. Aceptar, en rigor, que ellos también tenían algo que aprender.
Y eso pasó tras una crisis, como acontece comúnmente en estos casos.
Los analistas europeos ponen como punto de partida de esta reconversión germana el fracaso de la selección en la Eurocopa 2000, jugada en Holanda y Bélgica, donde laMannschaftocupó el último lugar de su grupo con solo un empate ante los rumanos, y derrotas ante Inglaterra y Portugal.
La autocrítica interna fue feroz, se habló en ese momento de una vergüenza como nunca antes se había vivido en el fútbol del país y se llegó la conclusión de que era el momento de cambiar, pero sin que ello implicara matar la esencia del fútbol teutón.
Y así los alemanes se abrieron a que DT holandeses, italianos y algunos españoles llegaran a exponer fórmulas distintas, sacando en limpio que a la fortaleza física y verticalidad propia de su balompié había que agregarle una mayor dosis de flexibilidad táctica y, fundamentalmente una alta capacidad de presión para recuperar la pelota cuando se perdía (el famosoGegenpressingse estableció como un dogma).
Pero ello no podría haber resultado bien si es que los alemanes no hubiesen hecho la segunda tarea: capacitar y entregar estas nuevas visiones a los DT en su etapa formativa.
Y en ese aspecto, también hubo cambios de relevancia. Se estableció como exigencia general a las academias de formación un plan de estudios largo, en que los mejores fueran escalando hasta llegar a tener licencia para dirigir la Bundesliga. Lo interesante es que los alemanes no están haciendo hoy distinciones entre los que fueron futbolistas profesionales y quienes no lo fueron: todos los aspirantes deben cumplir el mismo recorrido. O sea, se trata de que lleguen los más capaces. Simple, pero intentendible para algunos.
Claro, es posible que en los próximos años surjan escuelas distintas que terminen por cuestionar la fábrica alemana que hoy estamos aplaudiendo.
Pero ahora, al menos, hay que admirar la propuesta que está dominando.
En una de esas aprendemos algo…