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Domingo 16 de agosto de 2020
Los callejones estructurales que explican el impacto de la pandemia en América Latina
Baja inversión en salud, alta informalidad y una institucionalidad débil son parte de los problemas que se han magnificado en la crisis.
América Latina tuvo algo de tiempo a su favor. Mientras en marzo y abril el coronavirus golpeaba con fuerza a Europa, la región se preparó a marchas forzadas, estudió los errores de otros países, se apuró en tomar medidas drásticas y algunos incluso confiaron en que factores locales —una población más joven y el clima cálido de algunas zonas— ayudarían.
No fue suficiente: convertida en el epicentro de la pandemia desde hace ya dos meses, América Latina superó esta semana a Europa como la región con el mayor número de muertes por covid-19 (más de 238.000), y actualmente cinco de sus países están entre los diez con más casos a nivel global. Ni el tiempo ni las previsiones pudieron compensar una serie de problemas estructurales que fueron magnificados por la pandemia.
Sistemas de salud
Aunque varios países latinoamericanos tienen consagrada la salud como derecho constitucional, la realidad de sus sistemas sanitarios está marcada por una baja inversión: mientras el promedio de los países de la OCDE es de un gasto en salud del 8,8%, en la región ese promedio llega al 6,6% (sumando el sector público y privado). La inversión en salud pública es muy variable entre los países, encabezado por el 10,6% del PIB que gasta Cuba y el 6,4% de Uruguay, pasando por el 4,9% de Chile, el 3,8% de Brasil, el 3,1% de México y apenas el 1,7% de Venezuela.
En términos reales, según un estudio del Instituto de Estudos para Políticas de Saúde (IEPS), de Brasil, en América Latina se invierten US$ 949 per cápita en salud, casi cuatro veces menos que los países de la OCDE. Esto implicaba remar desde atrás en el sector hospitalario, con un promedio de camas de apenas 2,1 por cada mil habitantes, menos de la mitad del promedio de la OCDE de 4,7.
“En América Latina hay una fragmentación histórica de los servicios de salud. Hay muchos actores —obras sociales, Estado, sector privado—, lo que impide hacer realmente un sistema nacional de salud, como los europeos”, dice Miguel Lago, director del IEPS. “En la mayoría de nuestros países los sistemas ya eran insuficientes. Luego, el colapso hospitalario era previsible”, añade.
Según el médico infectólogo Carlos Álvarez Moreno, académico de la Universidad Nacional de Colombia, aunque “algunos países lo hicieron bien” para amortiguar en solo semanas las deficiencias —en el caso de Colombia, ejemplifica, se duplicó el número de camas UTI—, la “infraestructura deficitaria y la dependencia tecnológica han hecho más difícil afrontar la pandemia”. Y el tiempo finamente no alcanzó: “A pesar de que América Latina tuvo unas semanas adicionales de preparación no fue suficiente para recuperar una brecha de años”, dice.
Alta Informalidad
Siguiendo el ejemplo europeo, los países de América Latina se apresuraron en aplicar medidas de confinamiento. Perú se anticipó y, antes incluso de confirmar la primera muerte, decretó la cuarentena apenas un día después que España.
La política pareció dar un alivio momentáneo, sin embargo, no consideró en su real dimensión la realidad socioeconómica de la región, donde alrededor del 53% de los trabajadores, unas 158 millones de personas, pertenecía al sector informal antes de la crisis. En Perú, el 71% de los trabajadores son informales y deben salir todos los días, y apenas el 38% tiene una cuenta bancaria, por lo que debieron hacer fila en los bancos para cobrar las ayudas estatales.
“Se trata de personas empleadas en trabajos mal remunerados, sin protección, y una pérdida imprevista de los ingresos tiene consecuencias devastadoras”, destacó recientemente en una entrevista a “El Mercurio” Vinicius Pinheiro, director de la OIT para América Latina.
Densidad poblacional
En términos demográficos, América Latina tenía una ventaja: el 40% de su población tiene menos de 25 años y solo 9% sobre 65 años, frente al 17% de los países de la OCDE. Pero la región tiene también una gran desventaja: el índice de concentración urbana es uno de los más altos del planeta, de 81%, frente al promedio global de 55%. Y esa densidad poblacional, junto con una pobreza que llegaría al 35% este año, hace difícil adoptar medidas de distanciamiento social.
Según la ONG Techo, alrededor de 104 millones de personas —una de cuatro personas que viven en zonas urbanas— viven en villas o favelas en América Latina, y cerca de la mitad no tiene acceso a agua potable.
Esto ha dibujado fronteras invisibles en las principales ciudades, como São Paulo, Buenos Aires y Bogotá, donde los contagios se han concentrado en los barrios más pobres.
Debilidad institucional
La pandemia golpeó a la región en un momento institucionalmente convulso, en medio de estallidos sociales en Chile, Ecuador y Colombia, la caída de un gobierno en Bolivia, una larga crisis democrática en Venezuela y depresiones económicas en Brasil y Argentina.
“El resultado de la pandemia fue achatar la curva no de los contagios, sino de las protestas. Pero todo esto no ha desaparecido”, comenta Carlos Malamud, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano. “Más que pensar en si hay una relación estrecha entre el marco institucional y el mayor o menor impacto de la pandemia, me parece que ese elemento va a tener que ser una pieza clave en la reconstrucción”, añade.
Según Peter Hakim, presidente emérito de Interamerican Dialogue, este problema se vincula con todos los anteriores: “Las debilidades institucionales son a menudo usadas para explicar los muchos problemas y retrocesos en América Latina. Pero esta es una región que también demuestra muchas otras causas para el fracaso, la más importante quizás la falta de un liderazgo bien informado y competente”, señala, al remarcar cómo algunos gobiernos desconocieron que muchos de sus ciudadanos viven en “hacinamiento, con ingresos limitados, poco o ningún ahorro y se veían confrontados al cruel hecho de que si seguían las medidas de confinamiento —y no trabajaban— no podrían alimentar a sus familias”.
La preocupación ahora es cómo la crisis sanitaria podría empeorar todavía más el marco institucional, en medio de una situación socioeconómica mucho más compleja y las denuncias de que algunos gobiernos —como el interino de Bolivia— están aprovechando las medidas de excepción de la pandemia para mantenerse en el poder o —como en Venezuela, El Salvador y Nicaragua— para arremeter contra sus opositores políticos.
“Esto es un riesgo, pero hay que esperar que no se confirme”, dice Malamud, quien enfatiza en la incertidumbre del momento: “Así como es cada vez más difícil hacer previsiones económicas, también es muy complicado hacer predicciones políticas”.
Hakim coincide: “En este momento, es casi imposible decir cómo la pandemia afectará la política regional. Los optimistas creen que las respuestas erráticas a la crisis podrían llevar a una reordenación de la política para mejor. Los más pesimistas, como yo, vemos un periodo bastante largo para la recuperación en la economía y la confianza en sus líderes e instituciones”, dice. “Y en algunos casos será caótico”.