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Miércoles 12 de agosto de 2020
Violencia en La Araucanía obliga a agricultor a abandonar la región: “Me siento expulsado”
En mayo, Gregorio Correa (67) retiró las últimas máquinas desde el fundo El Rosario, de 400 hectáreas, donde producía cereales. Ahora, con mucha ilusión, se reinventa en el Maule y planta nogales en una parcela.
VÍCTOR FUENTES BESOAÍN
El día que resistió el ataque a balazos de miembros de una comunidad mapuche radicalizada, que buscaban ocupar el fundo El Rosario —que arrendó y cultivó por 36 años en el sector de Selva Oscura, en Victoria, al norte de La Araucanía—, el agricultor Gregorio Correa (67) constató que se había superado todo límite en lo que hasta entonces era una convivencia pacífica. “En el momento en que me estaban disparando, caí en cuenta de que o mataba a alguien o moría, y en ambos casos, mi vida llegaba hasta ahí”, relata con dolor.
Ese episodio fue descrito en las Cartas del Director de “El Mercurio” de ayer por un familiar suyo. Pero el agricultor explica los orígenes del conflicto, que lo llevó a abandonar el lugar. Fue en 2017, cuando partieron los ataques focalizados hacia su familia, que decidió probar suerte —en forma paralela— con nogales en una parcela de 17 hectáreas en la Región del Maule. Ese acto hoy se convirtió en su nueva ilusión para reinventarse.
En mayo pasado, luego de sacar las últimas maquinarias agrícolas que tenía en El Rosario y entregar el campo a su propietario, se instaló definitivamente en la zona central. En su renacer laboral lo acompañan algunos de sus trabajadores; entre ellos, un comunero mapuche que no lo quiso abandonar. “Me siento expulsado de mi tierra”, reflexiona al recordar la balacera en El Rosario y reconoce que sigue pendiente de La Araucanía.
Frente al recrudecimiento de la violencia, dice: “Si no se toman medidas, temo que esto pueda generar una guerra civil”.
Correa, quien llegó a Victoria con cinco años de edad, detalla que seis décadas de buena vecindad y colaboración con las comunidades se desplomaron al partir los amedrentamientos para que se fuera de la zona, con el ataque a la casa paterna. “Todo partió hace tres años, cuando quemaron la casa del fundo María Luisa, donde habíamos vivido cuando éramos niños”, relata, y se consuela con que esa tragedia no fuera presenciada por su padre. “Muchos campos están tomados” desde ese entonces, comenta.
Trabajo y amistad
El agricultor defiende a los mapuches de la zona y responsabiliza a grupos radicalizados que buscan hacerse notar frente a la aparición de nuevos líderes.
“Con las comunidades mapuches tuvimos muy buena comunicación, toda la vida. Y no solo de trabajo, sino que de amistad. Incluso pasaba a comprarles tortillas, porque teníamos un trato muy afectivo”, rememora.
Luego, a partir de 2018, comenzaría a recibir presiones para dejar el fundo El Rosario, ya que había organizaciones indígenas interesadas en que este fuera comprado por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) y que se los traspasara. Si bien al comienzo las pretensiones fueron expuestas de modo pacífico, después el tono cambió. “En ningún caso yo habría podido venderles, porque no era mío”, enfatiza.
En enero de este año, un segundo grupo de mapuches lo visitó. “Se identificaron como descolgados de la comunidad y empezaron a recoger piedras, para intimidar. Su tono era amenazante. Plantearon que no iban a negociar y que venían a tomarse el campo”, recuerda.
Luego se sucederían los hechos. Las amenazas se concretaron en ataques armados, en la quema de rastrojos y en la expropiación de las últimas siembras. Pese a la presencia policial, la familia debió abandonar su tierra. Un lonco de otra comunidad medió para que pudieran rescatar las maquinarias.
“Aunque no era un campo de la familia, yo lo formé. Me tocó hacer las bodegas. Hay toda una historia y fue difícil tomar la decisión de irse. Ha sido un verdadero desgarro”, concluye.