En el ocaso del franquismo, Santiago Carrillo, líder del entonces proscrito Partido Comunista, llamaba “El Breve” a don Juan Carlos de Borbón y Borbón. Si llegaba a ser coronado, duraría poco. Franco, apodado “Martillo del Comunismo”, lo formó y lo designó su sucesor en la camisa de fuerza constitucional que le heredó. De ahí el mote jocoso, “El Breve”.
Pero luego de morir Franco, Juan Carlos I reinó casi cuarenta años. Supervisado por su maestro, Torcuato Fernández-Miranda, el mentor que el dictador impuso, y la eficaz colaboración de Adolfo Suárez, antiguo secretario del movimiento franquista, presidió el desmantelamiento del régimen instaurado en 1939, cuando terminó la sangrienta guerra civil. ¡Las “condiciones objetivas” habían cambiado! Carrillo tomó nota. Se convirtió al eurocomunismo. Y juró como diputado frente a la bandera de la monarquía.
En adelante, el Rey contaría con su simpatía y, para qué decir, con la del Partido Socialista Obrero Español. La transición a la democracia se consolidó el 23 de febrero de 1981. Un teniente coronel de la Guardia Civil ocupó el Congreso de los Diputados con sus tropas. Luego de algunas horas de agonía, “El Breve” condenó el pronunciamiento militar. Cual Júpiter Tonante, apareció en la televisión vestido de comandante en jefe. El pronunciamiento militar fracasó. En las cortes, solo dos de los cientos de representantes elegidos por el pueblo enfrentaron de pie las ametralladoras: Carrillo y Suárez, el entonces Presidente del Gobierno. Al año siguiente, Felipe González ganó las elecciones. Lo demás es historia. González permaneció tres lustros en el poder. “Felipe, capullo, ¡queremos un hijo tuyo!”, gritaban sus partidarias. España comenzó a florecer.
Juan Carlos I se volvió invulnerable. Los medios españoles informaron poco, muy poco, sobre su vida privada y sobre sus entusiasmos sentimentales. Nada respecto de sus negocios. Le hicieron el más flaco de los favores a España. Sin una prensa documentada, rigurosa y pluralista, la democracia no florece. Su conducta fue puesta en tela de juicio recién en abril de 1998, por Jon Lee Anderson, en The New Yorker. Ese artículo no tuvo repercusión en España. Pero, ironía de ironías, ¡sí lo tuvo en Chile! Gracias a él, Anderson pudo entrevistar al entonces senador vitalicio, Augusto Pinochet. Días después de publicado su artículo, en octubre de 1998, Pinochet fue arrestado en Londres por orden del juez Baltasar Garzón.
Hace algunos años, este diario informó que don Juan Carlos había hecho fortuna. ¡Dos mil millones de dólares! La monarquía constitucional española financia su casa real con un presupuesto magro. ¿Cómo ganó don Juan Carlos sus millones? Según diría el melipillano diputado Renato Garín, con casi cuatro décadas de “lobby feroz”. A honorarios, forjó un variopinto abanico de relaciones sociales para empresarios. El centro de operaciones fue su casa, el palacio de La Zarzuela, cuyos gastos pagaba el pueblo español. España se benefició. ¿Qué duda cabe? Pero él también. Esto último fue el problema.
La prensa española condonó sus deslices románticos. Pero ya en plena era feminista, sus descaradas infidelidades conyugales minaron su prestigio. Peor aún. Porque tenía una deuda de gratitud con su mujer, cuyo consejo lo salvó en el que fue su día decisivo. Constantino II de Grecia, hermano de doña Sofía, había perdido su trono en 1973, a manos de militares golpistas a quienes antes respaldó. El mérito fue de la mujer. Pero las ventajas las cosechó el marido. Nada nuevo bajo el sol.
En 2012 vino el “elefantiásico” traspié en África, cuando se quebró una cadera. Su reino se hundía en una feroz crisis económica. Pero don Juan Carlos estaba de caza, acompañado de su amante. Apareció retratado junto al paquidermo que mató. Ardía ya un escándalo financiero que terminaría con un yerno del rey en la cárcel. El suegro fue un real mal ejemplo.
En junio de 2014, Juan Carlos I abdicó. En marzo pasado, la prensa suiza expuso detalles acerca de los cien millones de dólares que habría pagado el rey de Arabia Saudita por sus gestiones con un consorcio español. Hace pocos días, “El Breve” abandonó España. Marchó al exilio en República Dominicana. ¿Habrá sido por orden de su primogénito, el actual rey? ¿Pasará ahí sus últimos años? Sería irónico. En 1492, en agradecimiento a sus financistas, los Reyes Católicos, Cristóbal Colón denominó “La Española” a esa bellísima isla. La zarzuela ha terminado. Por el bien de España, que siga reinando el más aprovechado discípulo de una mujer dotada de incomparable temple y tino político. ¡Viva Felipe VI!
Miguel Orellana Benado
Profesor Asociado Facultad de Derecho
Universidad de Chile