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Sábado 08 de agosto de 2020
La medicina durante la guerra
8 de agosto de 1920
La creación de bancos de sangre y el entablillado para inmovilizar los huesos fracturados fueron algunas innovaciones médicas que surgieron durante la Primera Guerra Mundial. También una solución antiséptica (de hipoclorito de sodio y ácido bórico) que ayudó sobremanera a evitar que las heridas se infectaran. Porque en tiempos en que aún no existían los antibióticos, era clave la higiene de las lesiones causadas por la artillería, las que muchas veces se agravaban por la larga espera en la atención.
Igualmente hubo otros adelantos que nacieron ante la urgencia del personal de salud de tratar de salvar a miles de personas heridas en el frente y en las ciudades azotadas por el conflicto bélico. Uno de los testigos del horror que se vivió en los hospitales de Francia fue el doctor argentino Lorenzo Moss, quien dirigió un recinto sanitario en París, levantado por la colonia trasandina. En “El Mercurio” del 8 de agosto de 1920 se leía una entrevista, en la que contaba sobre algunos experimentos exitosos que se desarrollaron en esa época: “Nos tocó atender a numerosos quemados por los tubos lanzafuegos y explosiones de granadas. La medicina francesa ideó un nuevo procedimiento para tratar las quemaduras: una mezcla de parafina y cera que se hervía a baño maría y que se colocaba mediante apósitos sobre la quemadura. Como la curación no quedaba adherida a los tejidos, se evitaban los padecimientos que acarreaban las curaciones antiguas. En esa misma línea, luego se inventaron mallas estériles e impermeabilizadas con vaselina que se ponían en la lesión con aceite gomenolado y evitaban infecciones”.
Respecto de enfermedades infecciosas, Moss comentaba que se tomaron precauciones para evitarlas, como vacunaciones preventivas. Se inoculó, por ejemplo, contra el tifus. “Pero algunos vacunados sí contraían las infecciones paratifoideas. De ahí que primero se creó una polivalente (en tres series) y luego una lipovacuna. Esta última dio los mismos resultados que la anterior, pero evitaba la complicación de tener que administrar tres inyecciones”, explicaba el doctor.
Añadía que fueron muchos los soldados que se vieron afectados por una nueva arma, los gases asfixiantes. En un comienzo fueron de cloro y bromo, para lo cual se usaron caretas empapadas con soluciones neutralizantes: “Estos gases provocaban fuerte irritaciones en las conjuntivas y en los bronquios. Pero después, con los llamados gases de mostaza, se producían congestiones agudas al pulmón y, por consiguiente, asfixia. El tratamiento consistía en practicar sangrías abundantes e inmediatas y seguir las indicaciones generales para las congestiones pulmonares. Sin embargo, los que se salvaban quedaban con los tejidos pulmonares inflamados y dañados”.