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Editorial
Lunes 13 de julio de 2020
Política pensando en el corto plazo
La política debe tanto liderar como interpretar a los ciudadanos, encontrando un adecuado equilibrio entre ambos elementos.
Desde las manifestaciones estudiantiles de 2011, gran parte de la política nacional ha ido mutando en su afán por captar la adhesión ciudadana. Así, ha pasado de proponer caminos que inspiren a la población para que siga a sus dirigentes, a tratar de interpretar las quejas y pulsiones de las personas y guiarse por estas. En cierto sentido, ese fenómeno fue el que terminó con la Concertación, algunas de cuyas figuras llegaron a renegar de su propia obra, al percibir en las nuevas generaciones visiones críticas de ella. Eso condujo a la formación de la Nueva Mayoría (NM), cuyo fracaso en la última elección presidencial debió haber sido una voz de alerta respecto del error de la estrategia seguida. Luego, sin embargo, los sucesos de octubre de 2019, interpretados con simpleza como una “caldera” que había explotado por una situación social “insoportable”, dieron renovados bríos al camino de responder a lo que estima son los anhelos de la población mediante propuestas que se apartan de todo lo hecho en el pasado.
Ahora, la pandemia, con su secuela de desempleo y recesión, además del temor a la enfermedad y la muerte, ha profundizado esa ruta. Las iniciativas que, en nombre de entregar ayudas a la población afectada, hacen caso omiso de las restricciones que impone el marco institucional —sea porque se le confiere baja importancia a este o por el propósito explícito de erosionarlo— han pasado a marcar la actividad legislativa, buscando muchas veces sus autores conseguir el aplauso de las redes sociales y el protagonismo en ciertos programas de televisión.
Por cierto, la política debe tanto liderar como interpretar a los ciudadanos, y así encontrar un adecuado equilibrio entre ambos elementos, atendiendo a las circunstancias y proyecciones del momento, es parte del talento de un buen político. Sin embargo, cuando tal balance se pierde y solo se privilegian las consideraciones coyunturales, las soluciones que se proponen también terminan limitándose al corto plazo, aun al costo de generar a la larga complejas y negativas consecuencias, que la misma población a la que se pretende ayudar terminará sufriendo.
En sus conductas, las personas pueden tanto reaccionar visceralmente a la coyuntura como calcular racionalmente los efectos de sus acciones para enfrentarla. Cuando la política se rinde a la reacción emocional, procurando una conexión fácil con la población, deja de lado las consecuencias de mediano y largo plazo de las decisiones. En Chile, numerosos dirigentes de todo el espectro aparecen embarcados en estrategias de corto plazo destinadas a ganar popularidad, dejando las demás consideraciones a la suerte de quienes sean sus sucesores. No parece un buen augurio para el futuro del país.