Hace dos décadas, cuando Ricardo Lagos era presidente, los chilenos comenzamos a soñar que podíamos llegar a ser un país desarrollado. Un país sin pobreza, que ofrece oportunidades de desarrollo profesional y personal a todos sus ciudadanos sin distinción. Un país seguro, con acceso a una educación y salud de calidad. Un país inclusivo, tolerante y amable con el medio ambiente. Algunos chilenos imaginaron que nos podríamos parecer a España, otros a los países nórdicos de Europa y otros que podríamos ser como Australia o Nueva Zelandia.
El presidente Lagos, la coalición de partidos políticos que lo apoyaba y los partidos de centroderecha que estaban en la oposición, ciertamente, tenían diferencias políticas importantes. Pero los unía una convicción; sin un crecimiento económico acelerado que permitiera aumentar los niveles de ingresos de las personas y del Estado, el sueño de los chilenos de convertirse en país desarrollado era imposible.
Hasta el año 2013, Chile seguía a paso firme en su carrera para llegar al desarrollo. Nos habíamos convertido en el país más rico de América Latina, la pobreza y la desigualdad venían a la baja, habíamos logrado sortear bien la crisis financiera internacional del 2008-2009, el terremoto del 2010 y habíamos retomado una senda de alto crecimiento durante el primer gobierno de Sebastián Piñera. Sin embargo, a partir del 2014, tres jinetes de la destrucción, como los que aparecen en el Libro del Apocalipsis, nos han alejado significativamente de nuestra meta.
La primera embestida la tuvimos durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Una colección de malas políticas públicas, solo interrumpidas parcialmente por el dique de contención que construyó Rodrigo Valdés mientras estuvo a cargo del Ministerio de Hacienda, redujo el crecimiento económico de Chile de un promedio superior al 5% al año en el cuarto de siglo anterior a menos de 2% promedio anual entre el 2014 y el 2017, sin mediar crisis internacional alguna. La deuda pública aumentó más de US$ 30 mil millones, se redujo el ritmo de disminución de la pobreza y se erosionaron las bases del crecimiento económico futuro. La inversión cayó a un ritmo de 2,4% por año y el crecimiento potencial bajó casi un punto porcentual.
La segunda catástrofe fue la violencia y la destrucción durante las marchas de octubre pasado. Estas desnudaron la precariedad de nuestras instituciones para garantizar la seguridad de las personas y de la propiedad pública y privada, y la falta de consenso político en la condena a la violencia. La degradación de los consensos básicos de nuestra sociedad y la incertidumbre respecto a las reglas de convivencia que nos van a regir para adelante redujeron en cerca de 1,3 puntos porcentuales la tasa de crecimiento de largo plazo de nuestro país.
La pandemia del coronavirus es el tercer embate (el único que no es autoinfligido) que ha recibido la aspiración de los chilenos de llegar a ser un país desarrollado en los últimos 6 años. Se estima que la economía retrocederá cerca de 7,5% este año (FMI) y que recién el 2023 podría llegar al nivel que tenía en diciembre de 2019.
Si Chile hubiese continuado creciendo al 4% al año a partir del 2014, en 20 años habríamos alcanzado el nivel de ingresos, y posiblemente el nivel de desarrollo, de un país como Australia. Producto de estos tres jinetes de la destrucción que han asolado a nuestro país en los últimos seis años, dicha meta se corrió 20 años para el futuro. De esos 20 años adicionales, cuatro son atribuibles a las malas políticas públicas del segundo gobierno de Michelle Bachelet, nueve años son responsabilidad de los eventos de octubre pasado y siete son consecuencia del coronavirus. Para dimensionar estos números, considere por ejemplo que, dadas las expectativas de vida actuales de los chilenos, cerca de 4,6 millones de compatriotas que el 2013 tenían la esperanza de alcanzar a vivir en Chile como país desarrollado, ya no van a estar vivos cuando eso eventualmente ocurra. Incluyéndome a mí por cierto.
El Libro del Apocalipsis menciona cuatro jinetes de la destrucción. Así que es razonable preguntarse cuál podría ser ese cuarto jinete y qué posibilidades tiene de atacarnos. En mi opinión es el populismo y está a las puertas del reino. La crisis económica generada por los estallidos de octubre y la pandemia del coronavirus son caldo de cultivo para el populismo. Por lo mismo, no es tan raro que en estas circunstancias proliferen mociones parlamentarias inconstitucionales, soluciones facilistas como el retiro del 10% de las AFP y otras totalmente descabelladas como estatizar los fondos de pensiones. El verdadero riesgo para nuestro país es que estamos a punto de embarcarnos en la redacción de una nueva Constitución a partir de una hoja en blanco. Si el populismo que prevalece en la discusión pública actual queda consagrado en nuestra Constitución, entonces el apocalipsis para nuestro país será un hecho. No solo 4,6 millones de chilenos no vivirán en un país desarrollado, probablemente ningún chileno lo hará.
José Ramón Valente