En las décadas de los 70 y 80, solo saber de lo bien que andaban los jugadores chilenos en alguna a liga extranjera era motivo de orgullo. Sin exhibición televisiva (ni siquiera imágenes de goles o resúmenes de las mejores jugadas) ni menos Internet o redes sociales, solo por referencias radiales o de agencias informativas uno se enteraba de las proezas de don Elías en Inter de Porto Alegre, de Carlos Reinoso en América de México o del joven Patricio Yáñez en Valladolid.
Por eso es que cada gol o cada triunfo de ese compatriota que buscaba abrirse paso en un fútbol de mayor nivel (aunque extrañamente siempre veíamos a los mexicanos como inferiores) era noticia y se multiplicaba por mil en los medios nacionales. Era una proeza del futbolista chileno el simple hecho de estar afuera vistiendo colores que no eran los de Colo Colo, la U, Unión, Palestino o la UC. Era una gracia. Y por eso, una noticia.
Por cierto que todo fue cambiando con la evolución tecnológica y el desarrollo de la industria.
Ya en los 90, las hazañas goleadoras de Iván Zamorano en Real Madrid podían verse en directo a la hora del almuerzo dominical, y luego al Matador Salas haciendo de las suyas en Lazio, tras su brillante paso por River Plate (aderezados por los inolvidables despachos “poéticos” semanales de Panetta).
De esta forma, nos pusimos más exigentes. Ya no nos satisfacía el solo hecho de que un chileno jugara afuera: para aplaudirlo tenía que estar en un equipo grande de una liga importante, ser figura y, además, ser alabado por la prensa internacional. Si no cumplía esos requisitos, a los más se le mencionaba al pasar en la radio durante la extensa tarde deportiva del fin de semana o se iba directo como breve a la sección “Chilenos por el Mundo” en el diario del lunes. Ya no era noticia relevante.
Por supuesto que con los años los nombres de la “generación dorada” nos hicieron creer que estábamos ya en la elite. Y si sumábamos a ellos las campañas notables de los equipos chicos que dirigía Pellegrini, sentíamos que ya no estábamos para pequeñeces, sino que a la altura de los argentinos, brasileños y uruguayos. O sea, verdaderos productores de materia prima de alta calidad.
Pero algo ha pasado en el último tiempo que nos ha hecho volver a niveles muy parecidos a los de 70 y 80.
Hoy, un gol de Arturo Vidal ante un rival discreto es un “golazo” que le tapa la boca a los que critican al “King”; un taco de Alexis en el área (que no sirvió más que para el remate de un compañero) “demuestra que es fundamental para Inter”; un “picotón” de Fabián Orellana a Marcelo merece una página del diario (con análisis técnico del mismo, además); y una actuación normalita de Charles Aránguiz “deshace en elogios al chileno” a un señor que nadie conoce (pero que es importante, eso sí).
Estamos mal. Nos hemos puesto conformistas, pusilánimes, condescendientes.
Ya no somos parte de la elite. Solo del rebaño.
Analicémoslo…