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Cartas
Miércoles 10 de junio de 2020
¿Qué culpa tiene Churchill?
Señor Director:
La imagen de cientos de individuos manifestándose en Londres en contra del “racismo” de personajes como Winston Churchill muestra el bajo conocimiento que, en general, tienen las sociedades occidentales de su pasado.
La historia es mucho más que la acumulación lineal y progresiva de acontecimientos pretéritos, e intentar destruirla mediante este tipo de acciones es tan espurio como plasmar supuestas verdades vía decreto. Si lo segundo lo hacen los gobiernos autoritarios, cuya acomodación histórica les es funcional para justificar y legitimar su proyecto dictatorial, lo primero suelen hacerlo mayorías circunstanciales en nombre de la corrección política y de lo que ellas entienden por “ciudadanía”. En ambos casos estamos ante una deformación del conocimiento.
Creer que es posible endulzar la historia, como si a través de estos actos se pudiera borrar de un plumazo lo que —nos guste o no— ocurrió décadas atrás, es una marca del voluntarismo que se ha apoderado de la contemporaneidad. La historiografía es un terreno disputado y nunca del todo consensuado, razón por la cual no basta con enjuiciar ni romantizar aquello que nos antecedió.
Le cabe aquí una responsabilidad a toda la comunidad académica. Es nuestra labor (me incluyo) evitar caer en interpretaciones extemporáneas. “El presentismo”, propone Lynn Hunt en un libro de 2018, “toma varias formas y no solo un interés en la historia reciente. También [puede incluir] juzgar a las personas del pasado según las normas actuales”. Si esto último ocurre es probable que la narración histórica caiga en anacronismos insalvables.
Para que esto no suceda, los gobiernos democráticos deben permitir la realización de las demostraciones pacíficas, incentivando el debate público y el pensamiento crítico. Lo que no parece razonable es aceptar el cambio de una interpretación canónica por una nueva visión maniquea del pasado. ¿Es aconsejable deshacerse de figuras que a ciertos grupos de presión les parecen incómodas, o más vale analizarlas en toda su complejidad? La iconoclastia no es buena consejera cuando se intenta reconstruir lo que nos antecedió. Hoy le tocó a Churchill, pero mañana podría ser Marx. Independientemente de su credo, ¿querría alguien medianamente razonable borrar a Marx botando su estatua o prohibiendo la lectura de sus escritos? Espero que no.
Juan Luis Ossa Santa Cruz
Investigador CEP