No hay que se muy enterado para anticipar que existen cada vez menos posibilidades de que Reinaldo Rueda continúe al frente de la selección nacional. Eso ya está en el ambiente.
Y no solo porque el colombiano sienta que los cuestionamientos hacia su trabajo hacen imposible que se mantenga. No. Es el propio Rueda el que podría dar el paso al costado muy pronto. Incluso antes del teórico inicio de las eliminatorias en septiembre.
Simplemente porque ya no hay piso ni base en la cual apoyarse.
Es cierto que cuando fue contratado, Rueda daba el perfil que la dirigencia nacional buscaba para la nueva etapa de la Roja tras el gran fracaso que supuso la eliminación al Mundial de Rusia.
El presidente de ese entonces, Arturo Salah, quien claudicó demasiado pronto en el intento de convencer a Manuel Pellegrini (alguna vez conoceremos realmente el motivo), vio en el colombiano un buen plan B para cumplir con las exigencias mínimas: tenía experiencia con selecciones nacionales (Colombia, Honduras y Ecuador), había alcanzado títulos a nivel sudamericano (Copa Libertadores y Recopa), estaba cumpliendo una campaña más que aceptable en un equipo grande de Brasil (Flamengo), y pertenecía a la elite intelectual de los DT que participa en foros y charlas elaborando papers y power points.
Rueda, por cierto, llegó entusiasmado a Chile, no solo porque encontró en Salah un interlocutor válido, sino también porque intuía que le generación futbolística que le había dado a Chile tanta gloria en los últimos años podía mantenerse e incluso potenciarse con un recambio bien llevado. Era cosa de ponerse a trabajar.
Pero Reinaldo Rueda muy pronto se dio cuenta de que las cosas no eran como se las imaginaba: el plantel aquel de los triunfos era una caja de pandora, el medio se resistía a cualquier cambio (táctico y de figuras), no existía un grupo de recambio de peso (la generación entre los 25 y 28 años se perdió) y el propio Rueda comenzó a comprarse dificultades por ese tradicional hermetismo que impone el ideario rierista-bielsista que tanto gusta a Salah y que levantó un a barrera comunicacional entre el colombiano con sus jugadores y, en forma secundaria, con la prensa.
Así y todo, Rueda siguió adelante en tanto sintió verdaderamente que había confianza en él por parte de quien lo trajo.
Pero a partir de la segunda mitad de 2019 las cosas fueron cambiando. Hubo ahí un punto de quiebre. La partida de Salah de la ANFP (algo que podía anticiparse porque pocas veces él termina sus “procesos”), la nula motivación de los referentes de la selección a superar sus conflictos, el escaso apoyo a la preparación del equipo Sub 23, y la falta de competencia interna por el estallido social y la pandemia, tienen a Rueda hoy a punto de irse, aunque él y su entorno sigan insistiendo que, por ahora, “todo sigue igual”.
No. Nada hoy es igual. Y Rueda lo sabe.