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Editorial
Jueves 21 de mayo de 2020
Fin de una tradición
Es lamentable que las autoridades locales no hayan logrado una mejor y más equilibrada solución.
El Concejo Municipal de Viña del Mar derogó recientemente la ordenanza que autorizaba a los coches victoria para operar como medio de transporte urbano en la comuna. Con ello —y si bien los afectados anunciaron la interposición de recursos legales— se zanjaría un ya largo proceso de debate entre la comunidad y las autoridades respecto de la conveniencia de continuar con esta tradición más que centenaria. La cuestión había sido incluida entre las preguntas formuladas a los viñamarinos en la consulta ciudadana que llevaron a cabo diversos municipios en diciembre pasado, alcanzando la supresión de las victorias un masivo apoyo; con todo, debe recordarse que dicha consulta careció de las formalidades propias de un acto electoral, al no ser supervisada por el Servel e incluir una modalidad electrónica que en su momento generó controversias respecto de su fiabilidad.
Los principales cuestionamientos a esta actividad apuntan, por una parte, al maltrato animal que involucraría, y por otra, al entorpecimiento que significaría para el tránsito en la ciudad. Respecto del primer punto, es coherente con la creciente sensibilidad ciudadana frente a los actos de crueldad o abuso hacia los animales; con todo, no es evidente que una actividad de este tipo importe per se un maltrato, en la medida en que su desarrollo sea adecuadamente regularizado y fiscalizado, y en que se adopten medidas de protección, cuestiones en las que se había venido avanzando en los últimos años. Del mismo modo, los impactos sobre el tráfico urbano se encontraban ya atenuados al estar restringidas las áreas de circulación de las victorias. En cualquier caso, la decisión adoptada supone un costo social, al afectar a familias que por generaciones se han dedicado a este rubro y que se enfrentan a una difícil perspectiva laboral en un momento particularmente complejo.
No puede obviarse tampoco el alcance patrimonial que significa el fin de una tradición característica de esta ciudad. Imposible resulta, en este sentido, no contrastar lo aquí resuelto con la situación de urbes de mucho mayor tamaño y tráfico vehicular, como Nueva York o Viena, donde la circulación de carruajes de este tipo —por cierto, bajo regulaciones estrictas destinadas a proteger efectivamente a los animales— constituye un atractivo turístico celebrado por la comunidad.
La riqueza de una ciudad está determinada por elementos tangibles e intangibles, incluidos entre estos últimos modos de vida y tradiciones que encarnan el espíritu de un determinado lugar. Son legítimas las inquietudes que han motivado la decisión viñamarina, pero es lamentable que sus autoridades no hayan logrado una mejor y más equilibrada solución del problema planteado. Igualmente discutible es que se haya optado por una consulta plebiscitaria para zanjarlo. Es precisamente frente a situaciones complejas y en que se enfrentan razones igualmente atendibles cuando también los liderazgos locales están llamados a ejercer un papel conductor, procurando armonizar los distintos valores en juego, en beneficio de la proyección de sus ciudades.