La pandemia que ha obligado a la paralización del fútbol en todo el mundo no parece ser más que una señal: las cosas no podían seguir de la misma forma y había que tener tiempo para reflexionar. Aunque fuera por un virus incómodo y aún no mutado.
Barcelona, para empezar a hablar de los efectos económicos producidos por la inactividad, cifró en 60 millones de euros las pérdidas iniciales por efecto del cierre de sus tiendas, la suspensión de venta de tickets, el menor ingreso por publicidad y la imposibilidad de arrendamiento de los salones VIP del Camp Nou para ceremonias.
Lo dramático para los catalanes es que, a pesar de que se creará un déficit inmenso, igual deberá mantener un costo fijo: la plantilla liderada por Lionel Messi. Claro, la dirigencia de Barcelona ya ha insinuado que les pedirá a sus empleados —incluidos a sus jugadores— aceptar una rebaja de sus sueldos. Ya. Seguro en algún momento arderá Troya…
En Chile, claro, la situación no es igual, pero sí también es grave. El efecto coronavirus se hará sentir y tendrá damnificados. Sin actividad realizándose, el gran sostenedor del fútbol chileno —el CDF— en algún momento les dirá a los clubes que deben socializar las pérdidas que significa no tener el “producto” en pantalla y, por cierto, eso derivará en que las instituciones, en su mayoría, seguirán el camino de Barcelona: recortará presupuesto por el lado de sus trabajadores. O sea, el sueldo de los futbolistas.
Mala cosa. Si eso pasa en Barcelona y se replica en Chile, quiere decir que algo anda mal en la estructuración presupuestaria de los clubes de fútbol en el mundo.
En rigor, ya sea en una u otra realidad, parece ser un hecho que se depende de variables frágiles para sostener las bases institucionales. Y, por cierto, ellas se ven fuertemente conmovidas cuando se viven crisis como la actual.
Barcelona tiene diversificadas sus rutas de ingresos, pero ni así es capaz de sostener la inflada y recalentada plantilla que tiene. Gana como rico, pero gasta como jeque árabe.
Lo que pasa en esta parte del mundo es distinto, pero, a la larga, igual. Los clubes nacionales, por efecto del Fair Play financiero, no pueden excederse en sus plantillas a un 70 por ciento de sus ingresos reconocidos. Pero el drama es que todos obtienen la gran mayoría de sus ingresos solo por la televisión. No hay inversiones. Cero diversificación.
Por eso, cada temblor se convierte rápidamente en terremoto con tsunami incluido. Y no. Eso no es culpa del coronavirus. Reflexionemos, ahora que estamos con tiempo.