Señor Director:

Nunca ha dejado de llamarme la atención el que las universidades medievales surgieran y se desarrollaran en la época en que miles de personas, entusiasmadas por el signo de los tiempos, abandonaban sus distintas faenas para viajar lejos, muy lejos, integrando esos desplazamientos humanos conocidos como “cruzadas”. Entre quienes concurrieron a estas cruzadas hubo toda suerte de truhanes, pero junto a ellos gente tan saludable que regresó decepcionada a casa, cuando lo logró. Incluso, jóvenes y niños, desde Francia y Alemania, emprendieron sus propias cruzadas alegando que las de los adultos debían su fracaso a la corrupción de sus gestores. Pero las suyas también fracasaron.

Mientras tanto, individuos que pudieron sin duda haber sido tachados de cobardes e indiferentes a la épica cruzada forjaban las universidades, las más renombradas del viejo mundo.

Y claro, cuando la épica de las cruzadas se agotó y quedó al desnudo todo su negocio malsano, los cobardes universitarios tuvieron que enseñar a los valientes veteranos de la épica lo que hasta entonces había carecido de importancia.

¿A qué viene todo esto?

Mientras quienes participamos del hecho universitario no entendamos que la universidad fue la discreta y a veces casi solitaria alternativa a la cruzada, es decir, y en el mejor de los casos, a la épica de una realidad insoslayable, seremos arrasados por su vociferante opción contraria. Cuando el poeta T. S. Eliot repetía que la humanidad no soporta demasiada realidad, seguramente también daba a entender que la realidad no tiene derecho a invadir toda la realidad.

Lamento utilizar el tono de fábula desactualizada para explicar un asunto tan decisivo y actual al cual se le está tomando el peso tal vez demasiado tarde.

Joaquín Trujillo Silva
CEP, USACh y U. de Chile